El periodismo también es literatura: Ricardo Del Muro

  • En charla de sobremesa ¿No te gustaría ser periodista?, preguntó don Javier Valverde, corresponsal de AP
  • Llegué a la redacción de unomásuno en octubre de 1978
  • Fueron años de diaria convivencia, trabajo, aprendizaje y experimentación de las nuevas técnicas del nuevo periodismo, la crónica y el reportaje de investigación
  • Teodoro Césarman (quepd) me invitó en 1991 a dirigir el periódico cultural El Ciudadano
  • Un día me llamó por teléfono mi amigo Guillermo Chao, subdirector general de la OEM y me invitó a ser director de El Heraldo de Chiapas. A cargo de este periódico estuve durante 14 años, gracias al apoyo que siempre me brindó don Mario Vázquez Raña.

Ni por asomo pensé alguna vez que Ricardo del Muro fuera originario del norteño estado de Zacatecas. De los setentas en que nos conocimos precisamente de compañeros del unomásuno con otros tantos colegas, supuse todo tiempo que era chiapaneco sí pues como dicen allá, precisamente por el buen trato que le ofrecía el de Tapachula, el también gran amigo Marco Aurelio Carballo. En fin, de Ricardo del Muro puedo presumir su enorme calidad de persona y amigo, incluso cuando me tocó trabajar por tierras chiapanecas allá en Palenque hace unos tres lustros, una mano abierta fue y es, hasta la fecha, Ricardo del Muro. De su trabajo de reportero es recomendable su travesía por diversos medios de la información todo tiempo destacada en este México de cambios en todos los órdenes y sigue aún sin llegar a ningún puerto, pues estoy cierto que seguirá haciendo lo que le gusta y sabe: periodismo, sensibilidad y literatura. Enhorabuena.

-Ricardo ¿algunos destellos de tu niñez?

-Soy Zacatecano. Nací en esa hermosa ciudad colonial el 21 de noviembre de 1954 y aunque mis padres (el doctor Francisco Del Muro y Elodia Sánchez) me llevaron muy chico a la Ciudad de México, y además de que allá tengo una hermosa familia, crecí con las historias que me contaba mi padre sobre Pancho Villa y la batalla de Zacatecas, que vivió la familia de mi abuela Margarita Torres. Uno de esos recuerdos de familia era la historia del tío Víctor, que sucedió después de uno de los combates. La bisabuela Patrocinio salió a la calle a buscar donde comprar alimentos y escuchó el llanto de un recién nacido; al regresar seguía el llanto por lo que buscó de dónde venía y encontró a una mujer soldadera, muerta en una puerta, con su hijo vivo en los brazos. Mi bisabuela recogió al niño, lo alimentó y cuidó en su casa, en espera de que algún familiar regresaría a buscarlo, pero eso nunca sucedió y así lo adoptó con el nombre de Víctor Torres, muy bueno para tocar la guitarra. En la ciudad de México crecí entre la colonia Del Valle, donde mi madre tenía un salón de belleza, y la colonia Narvarte, donde mi abuelo materno, José Guadalupe Sánchez, tenía una tienda de “ultramarinos, vinos y licores”, como le gustaba decir. Gracias a mi abuelo, me inicié en la lectura de los periódicos porque él era suscriptor de El Universal y yo aprovechaba para leer los cómics y el suplemento dominical. Mi padre, a su vez, era lector de Excélsior y de la revista Política. Además, mi abuelo era suscriptor y coleccionista de la revista Selecciones (del Reader´s Digest), donde todavía recuerdo haber leído artículos sobre la vida real que te atrapaban, además de la sección de libros condensados. Tal vez, por la influencia de la Narvarte, soy fan de los Rolling Stones y de otros buenos grupos roqueros como Beatles, además de Bob Dylan, Rod Stewart y Eric Clapton. En una calle de la Narvarte, frente a la iglesia de Medalla Milagrosa, había un café cantante con rocola en la nos reuníamos los amigos. Hasta la fecha, tengo la suerte de mantener amistad y comunicación con muchos de mis amigos excompañeros de la Secundaria 72 y la Prepa 8. Fue en la Prepa donde, curiosamente, se definió mi futuro, ya allí conocí a un grupo de amigos chiapanecos, más precisamente, comitecos (Mario Uvence y Antonio Díaz Córdova), que organizaron un concurso de oratoria, en donde casi fui obligado a participar. Llegue a la final con un discurso donde expresaba mi condena sobre el asesinato del doctor Salvador Allende. Nunca sospeché que entre los asistentes, estaba mi amigo Javier Valverde, que llevó como invitado a su padre (don Javier Valverde), que era corresponsal de la agencia AP y fue gracias a don Javier que me inicié en el oficio periodístico. Sucedió que, después del concurso, mi amigo Javier y su padre me felicitaron y me invitaron a comer a su casa. En charla de sobremesa, don Javier me preguntó cuáles eran mis planes profesionales. Por el concurso de oratoria, tal vez, pensó que le iba a decirle que me gustaba la política o el derecho. Le dije la verdad. Me gustaba mucho leer y me hubiera gustado ser escritor, pero eso no da para vivir, además de que ninguna profesión había despertado mi entusiasmo. ¿No te gustaría ser periodista?, preguntó. Nunca lo había pensado. En aquellos años, el periodismo era un gremio muy cerrado al sólo se ingresaba por la influencia familiar o alguna recomendación. Don Javier Valverde fue quien me recomendó para ingresar como aprendiz al Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa.

-¿Y de tu incursión en los medios informativos?

-El 13 de octubre de 1975, llegué a la redacción de El Universal Gráfico, en la calle de Bucareli, con una carta firmada por Luis Jordá Galeana, secretario general del Sindicato Nacional de Redactores de la Prensa (SNRP), que todavía conservo, para ingresar como aprendiz en el Universal Gráfico. Recuerdo aquella vieja redacción que estaba en el primer piso del local del Aviso Oportuno, en Bucareli 8, a espaldas de Excélsior. Tenía una puerta de cantina y los pisos de madera que rechinaban. Las máquinas de escribir eran viejas Remington, que actualmente son de colección. Allí aprendí el oficio periodístico, gracias a la ayuda de reporteros veteranos como don Antonio Garza Ruiz, Aurelio García Oliveros, Carlos Cuevas Paralizabal, además del director Leopoldo Meraz, el famoso reportero COR y el señor Esparza, que era el corrector de estilo. Era una redacción, como las que aparecen en las viejas películas en blanco y negro. El señor Esparza, un viejo muy jovial, amigable y estricto en lo referente a la redacción. Usaba una visera, mangas de protección para los puños de su camisa y lentes. Revisaba los textos alumbrándose con una lámpara de escritorio y nos llamaba para mostrarnos los errores que subrayaba y marcaba con un lápiz rojo. En esa redacción comencé como suplente y reportero de guardia. Tenía que llegar a las 6 de la mañana y terminaba antes del mediodía. Obviamente, allí decidí estudiar la carrera de periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. En aquella época eran muy pocos los periodistas egresados de la universidad. La mayoría de mis compañeros procedían del magisterio y, tal vez por eso, tenían la paciencia para enseñarnos el oficio a los jóvenes. Así, tuve la suerte de combinar práctica y teoría. En la mañana trabajaba en El Universal Gráfico y en la tarde asistía a clases en la UNAM.

-Entonces compartiste trabajo y escuela ¿cómo fue?

-En la vieja escuela de Ciencias Políticas, ubicada en el campus de la UNAM, atrás de la escuela de Economía, comencé estudiando la carrera de periodismo y terminé titulándome como sociólogo. De mi época universitaria, recuerdo con afecto a los maestros Leopoldo Borrás, Fernando Benítez, Carlos Gallegos y Ximena Ortúzar. Leopoldo Borrás (qepd), originario de La Trinitaria, una población cercana a Comitán, Chiapas, fue de los primeros egresados de la Licenciatura de Periodismo de la UNAM y tal vez, el único que en México era capaz de entender la lengua serbocroata, ya que había hecho un posgrado en Yugoslavia. El maestro Polo Borrás tuvo la gentileza de invitarme a ser su adjunto en la materia de Métodos y Técnicas de Redacción Periodística. Por su origen chiapaneco y tener conocidos en común, tuve una gran amistad. Tuve la suerte de que Fernando Benítez, el destacado periodista autor de Los Indios de México, fuera mi maestro en el Taller de Redacción. Además de aprender a escribir crónicas y reportajes, en la clase del maestro Benítez fue dónde conocí a Manuel Becerra Acosta, que llegó junto con un grupo de periodistas, a presentar el proyecto de un nuevo periódico que se iba a llamar unomásuno. Otro maestro, fundamental en mi formación profesional, fue Carlos Gallegos, sociólogo que había estudiado su maestría en Italia, especialista en la obra de Gramsci y que llegó a refrescar el estudio del marxismo en la Facultad de Ciencias Políticas, presentándonos una opción diferente a la ortodoxia que caracterizaban las clases de otros profesores. Además, el maestro Gallegos acostumbraba hacer reuniones informales, fuera de las aulas, con sus alumnos para debatir en torno a los problemas sociales y políticos del momento. Fueron las clases del maestro Gallegos las que despertaron mi interés por la sociología. En aquella época, había un tronco común de carreras en la Facultad, por lo que en el tercer semestre tomé la decisión de estudiar Sociología y continuar mis clases de periodismo, como materias optativas. Así, me inscribí en la clase de la maestra Ximena Ortúzar, una periodista chilena, quien llegó como refugiada a México tras la instauración de la dictadura militar encabezada por Augusto Pinochet, quien además de compartir en sus clases su experiencia como periodista en un país que sufrió la represión de los militares que usurparon el poder, nos mostró que el periodismo también es literatura.

-Y de tu ingreso al unomásuno ¡que vaya te tocó vivir!

-Fue gracias al maestro Fernando Benítez y a un colega y amigo reportero, Ramón Emilio Colombo, destacado periodista originario de la República Dominicana, que en aquella época también estaba refugiado en México y que hace un año recibió el Premio Unesco de Periodismo, que llegué a la redacción de unomásuno, en octubre de 1978. Fue un fin de semana y me recibió el Jefe de Información, Marco Aurelio Carballo, que curiosamente también era chiapaneco, originario de Tapachula. Además de que había sido un reportero estrella en el Excélsior de Julio Scherer. Al tiempo, fuimos muy buenos amigos, y en alguna ocasión dijo que me había aceptado en su equipo de reporteros, porque llegué un sábado y me pidió cubrir las fuentes empresariales. En un día inhábil y con la experiencia había adquirido en las guardias del El Universal, sólo pregunté dónde había un teléfono y saqué mi agenda para tratar de localizar a algún empresario para conseguir la nota. Eso fue lo que, según Carballo, me abrió la puerta al UnomásUno. La mejor experiencia en mi vida profesional la tuve en el Unomásuno de Becerra Acosta. Allí laboré durante 13 años. Fueron años de diaria convivencia, trabajo, aprendizaje y experimentación de las nuevas técnicas del nuevo periodismo, la crónica y el reportaje de investigación. Allí tuve la suerte de formar parte de un excepcional equipo periodístico. En mi carrera periodística he conocido y trabajado con talentosos y brillantes periodistas, pero sólo en aquel Unomásuno me sentí parte de un equipo con la combinación perfecta de talentos profesionales. En la redacción de Unomásuno nos formamos una generación de reporteros: Carlos Duayhe, Víctor Manuel Juárez, Gonzalo Álvarez del Villar, David Siller, Miguel A. Velázquez, Víctor Avilés, Jorge Fernando Ramírez de Aguilar, Jaime Avilés, Juan Pablo Becerra Acosta, Marco Mares, además de Christa Cowrie y Pedro Valtierra, como reporteros gráficos, además de muchos otros. Una cofradía de reporteros que todos los días no sólo buscaba ganar la nota frente a la competencia periodística, sino que se buscaba encontrar nuevas formas de redactar la información, utilizando técnicas literarias y, en mi caso, métodos de investigación de las ciencias sociales. Gracias al Unomásuno, como reportero de asuntos especiales, logré tener el apoyo profesional y financiero para conocer todos los estados del país y viajar al extranjero. Fue en este periódico en donde pude descubrir y desarrollar prácticamente todas las posibilidades de un género periodístico como el Reportaje, que García Márquez llamaba la “novela de la vida real”. Fueron los años de reconocimientos, que siempre agradeceré, por mis trabajos periodísticos: La Medalla CERES de la FAO (1981), el Premio Nacional de Periodismo “Rogelio Cantú Gómez” para Reportaje que otorgaba el diario El Porvenir de Monterrey (1985) y Premio Nacional de Periodismo por la Infancia del CEMEDIN (1990). El equipo se desintegró en 1984 cuando se formó La Jornada y ante el divorcio familiar opté por permanecer en el Unomásuno de Becerra Acosta, hasta que Carlos Salinas llegó a la Presidencia y se vengó del periódico que había apoyado a Cuauhtémoc Cárdenas y a los integrantes del Frente Democrático Nacional, enviándolo al exilio en España. Para 1991, el Unomásuno sobrevivía y yo era coordinador de información, pero la magia había terminado. Presenté mi renuncia y emprendí una nueva etapa profesional.

-¿Y de cuáles autores has aprendido esa relación que mencionas de periodismo y literatura?

-He sido lector de casi toda la obra de Ernest Hemingway, que ha sido un como un maestro en mi estilo de redacción. De más de un centenar de reglas periodísticas, Hemingway sólo recomendaba dos: usar frases cortas y emplear un estilo directo, sin rodeos. También he leído casi todas las novelas de Carlos Fuentes y por supuesto, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y los autores de lo que llamó la nueva novela latinoamericana.

-Estuviste en el periódico El Ciudadano.

-De hecho, mi mayor acercamiento al campo de la cultura y, en especial, de la literatura, se dio gracias a que ese gran filántropo que fue el doctor Teodoro Césarman (quepd), quien me invitó en 1991 a dirigir el periódico cultural El Ciudadano, editado en la Ciudad de México. Allí tuve el honor de conocer a Carlos Fuentes, Monsiváis, Armando Jiménez; incluso a nuestra Diva, María Félix, amiga del doctor Césarman. El trabajo desarrollado en la edición de este periódico fue reconocido por el Premio Rosario Castellanos (1992) y Francisco Zarco (1993) del Club de Periodistas de México, que presidía mi amigo Antonio Sáenz de Miera (quepd).

-Ricardo, vives en Tuxtla Gutiérrez desde hace muchos años ¿cómo fue que llegaste a ese gran e importante territorio de México?

-A finales de 1994, fui enviado a Tuxtla Gutiérrez, Chiapas por el director de Excélsior, Regino Díaz Redondo, para cubrir la toma de posesión del gobernador Eduardo Robledo. Tras el asesinato de Luis Donaldo Colosio, se sabía que su posición era incierta y podía caer de un momento a otro, como finalmente sucedió. Sin embargo, el día que presentó su gabinete, me encontré que mi amigo Julio César Ruiz Ferro había sido designado representante del gobierno de Chiapas en la Ciudad de México. Ruiz Ferro me invitó a colaborar en su equipo de la representación, con la sorpresa de que el 14 de febrero de 1995 fue designado gobernador interino de Chiapas. Para esas fechas, junto con mi esposa Katy Suárez, decidimos emigrar de la Ciudad de México a Chiapas. Junto con mi amigo Mario Uvence y un grupo de destacados artistas e intelectuales chiapanecos, fuimos los encargados de crear el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Chiapas, que para mi significó una nueva y gratificante experiencia, ya que me permitió conocer y difundir las expresiones artísticas y culturales de casi todos los municipios de Chiapas. Tras esta experiencia en la burocracia estatal, retomé mi camino periodístico al ser invitado por mi amigo, Conrado de la Cruz, para hacerme cargo de la subdirección de Cuarto Poder en un momento crítico para el diario porque enfrentaba un conflicto con el gobernador Pablo Salazar que, desafortunadamente, tuvo un trágico desenlace ya que el gobierno buscó la forma de encarcelar injustamente al hijo de Conrado, y a larga estas presiones afectaron la salud de ambos y provocaron sus fallecimientos. Un hecho curioso que sucedió cuando era subdirector del Cuarto Poder, es que nos enteramos que el 30 de abril de 2004 se iba a inaugurar un periódico de la Organización Editorial Mexicana (OEM) en Tuxtla. La noticia nos preocupó y tomamos las acciones necesarias para enfrentar al diario de la poderosa organización periodística. Pero llegó el día en que se imprimió el primer número del nuevo periódico y nada ocurrió; pasaron una y dos semanas, tres meses, y aunque, los empleados de la nueva empresa, salieron a la calle a repartir ejemplares y buscaron el apoyo del gobierno estatal y de algunos grupos empresariales, el nuevo periódico no lograba despegar. En la redacción de Cuarto Poder pensamos que nos habían dejado con los guantes puestos. Un día me llamó por teléfono mi amigo Guillermo Chao, subdirector general de la OEM y me invitó a ser director de El Heraldo de Chiapas. A cargo de este periódico estuve durante 14 años, gracias al apoyo que siempre me brindó don Mario Vázquez Raña. Aunque me jubilé después de este cargo, sigo ejerciendo esta apasionante y hermosa profesión, que el periodismo. RDM

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