Creer en Dios y confiar en sus planes

La palabra de Dios continúa el tema del mal que reflexionamos el domingo pasado desde la situación de Job y la experiencia de los apóstoles navegando en el lago, en medio de la tormenta,
La Biblia constantemente se refiere al misterio de iniquidad que tiene diversas ramificaciones y que, por lo mismo provoca miedo, sufrimiento, tristeza y desesperanza.
Se trata de un misterio que choca contra nuestras expectativas y contra la ilusión que tenemos de ser felices y estar en paz. Si en algún momento nos hemos cuestionado sobre este misterio desde una inequidad intelectual, la mayor parte de las veces nos preguntamos sobre el mal por el daño que provoca en nuestra vida.
Si en distintos momentos ante las irrupciones del mal, vuelve a aparecer esa pregunta que inquieta el alma y un sombrero de la vida: ¿Por qué existe el mal en el mundo. Si Dios es bueno? Podemos considerar la respuesta que hoy nos ofrece la Palabra de Dios.
Ante el mal que tiene la capacidad espectacular de asustarnos, así como de quitarnos la paz y la esperanza, la Biblia responde con una palabra y con las acciones de Jesús. Dios no responde como un intelectual, tratando de desentrañar un misterio, sino que responde sobre todo con acciones, sin dejarse eclipsar por el misterio del mal.
Si ante el dolor que hemos experimentado, si ante la desesperación que ha dejado la irrupción del mal en nuestra vida, de manera impulsiva e inconscientemente hemos cuestionado a Dios o lo hemos hecho responsable del mal que nos aqueja, es necesario dejar en paz a Dios, no cuestionar el honor de Dios, que no es el responsable de las cosas malas que uceden en este mundo.
¡Hay que preservar a toda costa la bondad e inocencia de Dios! Entonces, ¿de dónde viene el mal? El libro de la sabiduría tiene una respuesta categórica que hace falta acoger: “Dios no hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera. Las creaturas del mundo son saludables, no hay en ellas veneno mortal. Dios creó al hombre para que nunca muriera porque lo hizo a imagen y semejanza de sí mismo; más por envidia del diablo, entró la muerte en el mundo y la experimentan quienes le pertenecen”.
El mal viene por la envidia de Satanás. Ahí está la explicación al tema del mal que tanto nos preocupa. Sin embargo, lo que quiere el enemigo es apagar la luz que queda y que nos hace ver a Dios. A pesar de todo si algo quiere el tentador es que cuando sufrimos experimentamos el escándalo para llegar a decir: “¿Ddónde está Dios? ¿Por qué me pasa esto? ¡No me merezco esto!”.
Esta respuesta que aporta el libro de la sabiduría se va explicitando en los demás libros de la Sagrada Escritura. Pero la palabra de Dios, en esta ocasión, responde también con acciones. Jesús se dedicó a curar a los enfermos, a perdonar a los pecadores, a animar a los tristes, a hacer el bien a los que sufren y a generar esperanza.
Con estas acciones Jesús confirma que lo que Dios quiere es que seamos felices, recuperemos una vida digna y superemos las adversidades. Dios no quiere la enfermedad, la muerte y el sufrimiento; no podemos echarle la culpa a Dios del mal que enfrentamos. En este error, nos hace caer el tentador.
Dios responde con acciones, con misericordia y no sólo como un maestro que se pone a dar lecciones. Ahí están en los evangelios innumerables casos de personas atendidas y curadas por Jesús. Son tantas las angustias, enfermedades y sufrimientos que enfrenta la gente que cuando Jesús se dirige a la casa de Jairo para atender a la niña, se le presenta el caso de la mujer hemorroisa.
En la bondad y misericordia de Jesús, así como la entrega de su su propia vida, Dios ha dado una respuesta definitiva al misterio del mal, venciendo el poder del pecado y de la muerte. ¡Dios ha vencido el mal en Cristo Jesús!.
Por eso San Pablo nos invita a la generosidad, así como el señor no se ha medido y ha sido generoso con nosotros. La generosidad no es solo dar sin medida, sino darse uno sin medida. No tiene que ver solo con las cosas que compartimos, sino con uno mismo a ejemplo de Jesús que se entregó por nuestra salvación.
Dios nunca ha dejado de ser generoso, a pesar de nuestras dudas e infidelidades. Así debemos ser generosos para creer, para confiar en Dios. No se trata solo de creer solo en lo que nos consta y nos conviene. La generosidad también es un tema de confianza, especialmente cuando no vemos por dónde habrá una salida, por dónde vendrá una solución. Nuestra vida la lleva el señor: hay que ser generosos para creerlo.
Por tanto nos toca ser generosos creyendo y confiando que nuestra vida la lleva el Señor. Si Dios no se ha medido en generosidad no solo porque nos da, sino porque cree en nosotros, si no se ha medido porque sabe que podemos ser mejores, a pesar de la maldad que hemos cometido, así hay que confiar que Dios no se desentiende de nosotros.
Como Jesús le dijo a Jairo, también nosotros escuchamos: ya te dijeron que todo está perdido y que no hay solución a tus problemas, pero basta que tengas fe. Que en las adversidades aprendamos a ser generoso para creer en Dios y confiar en su misericordia.

  • Arzobispo de Xalapa

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