Hamlet: el poder y la ambición

Hablar de Hamlet es referirse a una de las grandes obras de la literatura universal de todos los tiempos. Pero esta tragedia de William Shakespeare, sobre todo, hay que enmarcarla en el contexto del Renacimiento, en plena efervescencia de las ideas nuevas y distintas que fueron la génesis del mundo y del hombre modernos.
En Hamlet, el gran Shakespeare, considerado el mejor dramaturgo de la historia, dibuja un retrato fiel de las pasiones, emociones y dilemas morales a los que se enfrentaba el hombre del Renacimiento. O mejor dicho, de los hilos que movían su destino.
El autor elige a un joven príncipe como el personaje central de este drama, acaso para mostrar, con una enorme paradoja, que no hay título ni rango, ni riquezas, por más grandes que sean, que estén exentos de padecer los embates del infortunio.
Hamlet, el príncipe, es un joven de quien en la obra se exaltan sus virtudes, su nobleza, su educación, su lealtad y sus valores dignos de un heredero al trono de Dinamarca. Con estas armas y su juventud, Shakespeare opone a su personaje a pasiones gigantescas como la ambición por el poder, el amor y la traición, el perdón o la venganza.
Enterado por el espectro de su padre muerto, el rey de Dinamarca, que había sido víctima de la traición de su propio hermano, quien vertió un veneno mortal en su oído mientras dormía, para al poco tiempo desposar a la reina y usurpar el trono, el joven Hamlet tuvo ante sí la trama y el dilema de su destino: vengar la muerte de su padre dando muerte a su tío, un rey ilegítimo, quien al mismo tiempo compartía el lecho con su madre, y a la que a pesar de profesarle un amor sincero le parecía monstruoso que a un mes apenas del deceso hubiera desposado al nuevo rey.


He ahí el gigantesco nudo de pasiones involucradas, fiel reflejo de la condición humana. La ambición por el poder, la traición, el crimen, la venganza, el amor y el odio enfrentados a muerte, la lucha por preservar los valores morales, la verdad y la justicia.
Tal era el escenario de la tragedia que tenía ante sí el joven príncipe, que Shakespeare hace expresar a Hamlet en uno de los pasajes más famosos de la obra:
“Ser o no ser: he ahí el problema, ¿Qué es más noble? ¿Soportar el alma los duros tiros de la adversa suerte, o armarse contra un mar de desventuras, hacerles frente, y acabar con ellas? Morir, dormir, no más. Pensar que un sueño da fin a las angustias y mil males que hereda nuestra carne, es meta digna de ser íntimamente deseada. Morir, dormir, dormir, soñar acaso…”.
Hamlet finge demencia como parte de su estrategia para cobrar venganza, pero una vez alertado el rey de que su hijastro era sabedor de su crimen decide adelantarse y arma su propia escena, preparando un juego de esgrima entre el príncipe y otro joven noble al que dota de una espada envenenada. Para no errar, vierte el veneno en una copa de vino destinada a ser bebida por el joven Hamlet.
Tragedia al fin, la reina que es testigo del juego bebe de la copa y fallece envenenada.
El joven noble logra herir a Hamlet con la espada, pero en el intercambio aquél también resulta herido por la misma y viéndose perdido confiesa el plan del Rey.
Antes de morir, Hamlet cobra triple venganza y le da muerte al Rey atravesándolo con la espada emponzoñada.
Al conocerse la traición y crímenes del usurpador, el cuerpo inerte del joven Hamlet es honrado como corresponde a su nobleza.
Al final, el destino trágico de Hamlet triunfó sobre la traición, el crimen, el poder ilegítimo y la ambición. Más que la venganza, ganaron la verdad y la justicia.
Tal fue la resolución de esta extraordinaria tragedia del gran dramaturgo inglés.

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