No me privaré de hablar

En el sexenio próximo los ciudadanos queremos vernos libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia forma de subsistencia, fuera de toda opresión, así como mayores oportunidades.
Deseamos ser más instruidos, hacer, conocer y tener más para ser más; tal aspiración es legítima, sin embargo, esta aspiración se ve condenada cuando los ciudadanos tratan de asegurar su pleno desarrollo con la dura realidad de la economía en la disparidad de los niveles de vida.
Los ricos gozan de un rápido crecimiento, mientras que los pobres se desarrollan lentamente.
Las iniciativas locales e individuales no bastan. La presente situación exige una acción en conjunto que tenga como punto de partida una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales, culturales e incluso espirituales para construir un mejor pueblo que permita establecer el deber personal y comunitario. Es necesario cernir la escala de valores con un ideal claro que no busque conquistar el poder, pues ahí recae un fundamento equivocado.
Ante esta interpretación conviene mirar con atención la concreta realidad en la cual se encuentra el país.
Las condiciones económicas han sufrido profundas mudanzas, “no puede existir capital sin trabajo ni trabajo sin capital”; no obstante, la lucha de clases encarnizadas por el actual gobierno permite que se propaguen doctrinas que destrozan con violencia y llevan a la muerte a la sociedad al permitir que el crimen organizado intervenga abierta y frontalmente, descuidando la reforma del estado.
Esto ha llevado al pueblo mexicano a la exasperación y a la ruina de la sociedad. Ciertamente, el gobierno conserva la moderación y suaviza algunas maneras para avanzar hacia la reforma de la sociedad.


Lo más indignante para mí es que, conforme a algunos principios cristianos, hay verdades a medias que provocan con ello confusión entre aquellos que se dejan llevar al no estar bien informados y afianzados en la fe. Porque, con razón, se habla de que ciertas categorías de bienes se reservan para el Estado, pues estos llevan consigo un poder económico.
Los deseos de justicia social traen la ilusión de la falsa esperanza, ¡vana esperanza!Nosotros sabemos que no debemos abandonar los principios ni suprimirlos, es nuestra responsabilidad purgar las falsas doctrinas como el socialismo, el cual trae graves consecuencias.
La experiencia así nos lo dice, es incompatible con nuestros principios; la manera de concebir la sociedad se opone diametralmente a la verdad cristiana.
Para asegurar que la ley de la justicia sea genuina debe de unirse a la ley de la caridad,entendida esta como el bien a los demás por amor.
En efecto, la justicia sola, aun observada puntualmente, puede desaparecer las causas de la lucha, pero nunca unir los corazones, y lo que se requiere es que nos unamos como mexicanos para trabajar juntos por un mejor país.
Ciertamente es muy arduo el trabajo, conocemos los obstáculos, pero no nos desalentemos, confiemos en la nueva administración.
El camino por donde se debe seguir, como en otras épocas de la historia, se trata de enfrentar a un país que ha caído, pero que se puede levantar.
Es necesario prepararse con un estudio profundo de la cuestión social y con sentido de justicia.
Debenos anunciar y denunciar y, si es necesario, morir de pie por la verdad y la justicia. ¡No me privare de hablar!

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