Ser levantado en la cruz

En este día, 14 de marzo de 2021, celebramos el Domingo 4 de Cuaresma, Ciclo B, en la liturgia de la Iglesia Católica. El pasaje evangélico de hoy es de San Juan (3, 14-21): “Jesús dijo a Nicodemo: ‘Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”.

SER LEVANTADO. En el libro de Daniel (7, 13-14) se menciona al misterioso Hijo del hombre que sube junto a Dios a recibir la investidura regia. Para el evangelista Juan, el Hijo del hombre, profetizado por Daniel, es Jesús quien debe ser levantado en la cruz para morir, resucitar y retornar junto a su Padre Dios en la gloria y reinar eternamente, después de destronar a Satanás, Príncipe de este mundo.

Al subir al Cielo, el Hijo del hombre recupera la gloria que tenía antes de la creación del universo. Así se comprende el paralelo entre Juan (3, 14-15) y Números (21, 4-9) el cual describe a los israelitas desobedientes en el camino hacia la tierra prometida, los cuales debían mirar la serpiente de bronce levantada por Moisés como una señal para que Dios les perdonara su rebeldía y pudieran seguir con vida.

El levantamiento de Jesús en la cruz le confirma el Nombre Divino: “Yo soy” con el poder de salvar a los seres humanos por el perdón de sus pecados. Creer en el Hijo del hombre, levantado en la cruz, es creer en el nombre del Hijo Unigénito de Dios y en el amor del Padre que ha sacrificado a su propio Hijo para nuestra salvación.

DIOS AMA AL MUNDO. El pasaje evangélico prosigue: “Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para condenar el mundo, sino para que el mundo se salvara por él. El que cree en él no será condenado; pero el que no cree ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”.

La redención tiene como raíz última el infinito amor de Dios Padre que consiste en el don del Hijo único. El verbo amar indica un acto decisivo y definitivo que expresa la totalidad del ser divino porque Dios es Amor. El objeto y beneficiario del amor divino es el mundo, es decir, la humanidad. Esta revelación cambia totalmente la idea de un Dios lejano y extraño al mundo. El efecto de ese amor es el don del Hijo único que hace referencia a la Encarnación y a la Cruz. La finalidad del envío es que la humanidad tenga vida por la fe en él.

Creer en Cristo es aceptarlo como Hijo de Dios y como Salvador. No perecer significa ser librado de la muerte mientras que la vida eterna se refiere al gran don de la salvación. La fe en Cristo es tan importante que libra del juicio de condenación, mientras que el que no cree ya está juzgado y condenado precisamente por su resistencia a creer en el Hijo único de Dios.

LA CONDENACIÓN. El texto evangélico concluye: “La causa de la condenación es ésta: habiendo venido la luz al mundo, los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo aquel que hace el mal, aborrece la luz y no se acerca a ella, para que sus obras no se descubran. En cambio, el que obra el bien conforme a la verdad, se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios”.

En esta Cuaresma se nos pide que veamos la cruz de Cristo con una mirada intensa y amorosa. Hoy somos invitados a decir con plena convicción la jaculatoria piadosa que recitamos en el rezo del Viacrucis: “Te alabamos, ¡Oh Cristo! y te bendecimos porque con tu santa cruz redimiste al mundo y a nosotros pecadores”. Dios, la Luz verdadera, manifiesta siempre su misericordia a pesar de los pecados e infidelidades de los que somos integrantes de su Pueblo.

  • Arzobispo de Xalapa

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