¿Se debe replantear el término “pobreza energética”?

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La revista científica Nature Energy publicó recientemente el artículo “Reframing how we talk about ‘energy poverty’” (https://www.nature.com/articles/s41560-025-01794-w), del cual Karla Cedano Villavicencio, técnica académica del Instituto de Energías Renovables (IER), es una de sus autoras.
La investigación, liderada por Stefan Bouzarovski, de la Universidad de Mánchester, propone una reflexión crítica sobre el lenguaje que se utiliza para describir las injusticias energéticas en los hogares en el ámbito global. Se analizan términos como pobreza energética, vulnerabilidad energética y dificultad de acceso, cuestionando su efectividad y señalando que, en algunos casos, pueden resultar contraproducentes.
Las autoras y autores del texto reconocen que previamente hicieron uso de esa terminología, pero plantean que las discusiones futuras deben centrarse en las causas estructurales derivadas de decisiones sociales y políticas. Sostienen que cambiar el marco conceptual en el ámbito científico y político es esencial para impulsar una acción global más justa ante la crisis socioambiental actual.
En este orden de ideas, Karla Cedano subrayó que una de las conclusiones en la investigación que se refleja en el artículo es que “las palabras sí importan”:
“Resulta esencial escuchar a las personas que padecen estas condiciones para poder realmente comprender los problemas. No podemos seguir abordando temas como la pobreza energética sin involucrar a quienes la viven en carne propia”, explicó.
En este sentido, dijo que como ejemplo está la perspectiva de género: “Cuando comenzó a hablarse de género en distintos espacios, costaba mucho trabajo adoptar el lenguaje incluyente; aunque se negaba el tema, lo importante era ponerlo sobre la mesa, discutirlo y visibilizarlo”.
Así, mencionó, es necesario “desestigmatizar el término, entender las causas profundas de la pobreza energética, pero esto sólo es posible si generamos un diálogo genuino de saberes con las personas directamente afectadas”.
Stefan Bouzarovski, agregó, es una de las personas más importantes que hace investigación sobre pobreza energética en el mundo y lideró junto con Harriet Thomson el Observatorio de Pobreza Energética Europeo.
“Me invitó a hacer un proyecto sobre pobreza energética porque le gustó lo que hacíamos en el IER de la UNAM. Tiempo después me convocó junto a otras personas investigadoras para compartir nuestros avances sobre la pobreza energética desde las realidades de nuestros respectivos países”, recordó.
Al hablar de qué la llevó a cuestionar el uso del término pobreza energética, expuso que trabajó mucho con Cuba, “cuando comenzamos a hablar del tema de pobreza energética con colegas y las personas de ese país no estaban de acuerdo con el término. Nos decían: Mejor llamémoslo de otra forma. ¿Por qué? Por el estigma que conlleva la palabra pobreza”, refirió.


Cedano Villavicencio detalló que cuando en los medios se manejan porcentajes tan altos –y reales–, como que más del 30 % de las personas enfrentan precariedad energética, esto no se recibe bien. Acotó que a los gobiernos no les gusta y muchas personas prefieren no abordar el tema desde esa categoría.
“Cuando usas la palabra pobre, ya estás etiquetando. Parece que la culpa de esa condición es de la persona que la padece. Y en el caso de la pobreza energética –como ocurre con la pobreza en general– no es así. Hay causas estructurales, históricas, políticas, que van mucho más allá de las personas y que son las que realmente colocan a la gente en situaciones de alta vulnerabilidad”, afirmó.
Karla Cedano afirmó que uno de los mayores riesgos de seguir usando un lenguaje que individualiza las injusticias energéticas es que se oculta el problema estructural detrás de términos suaves o técnicos que diluyen su gravedad.
Para la investigadora una razón por la que el lenguaje en torno a la pobreza energética ha sido tan poco cuestionado es porque está dominado por las nociones del norte global, donde nombrar la “pobreza energética” activa mecanismos de asistencia directa.
“Ahí hablar de pobreza energética implica una acción inmediata: si tal porcentaje está en esa condición, se asigna un subsidio o un apoyo. Es una respuesta mecánica, aparentemente efectiva, pero superficial”, sostuvo. El problema, advirtió, es que esas políticas públicas suelen ser “ciegas”, pues no abordan el problema estructural ni consideran la diversidad de contextos.
Finalmente, expresó la necesidad de replantear el enfoque: dejar de pensar en cuánta energía paga una persona y empezar a preguntarse cuánta necesita para vivir bien. “El lenguaje importa, porque si no cuestionamos cómo definimos el problema, seguiremos diseñando políticas que lo atenúan, pero no lo transforman”.

Redactor: Carlos Ochoa Aranda