Hay libros, historias y enseñanzas de la Biblia que han conquistado nuestro corazón y han definiendo el concepto que tenemos de la Palabra de Dios. Se trata de textos que han llamado nuestra atención, que nos han dado consuelo o que han sido determinantes, con su luz y su sabiduría, en varios momentos de nuestra vida para superar las adversidades.
Esta experiencia nos atrapa y nos va llevando cada vez más a la meditación de las Sagradas Escrituras, donde vamos descubriendo con sorpresa toda la riqueza espiritual que guarda.
Sin embargo, debemos estar abiertos a todo el mensaje de la Biblia y no solo a los textos y enseñanzas que de suyo nos siguen impactando.
Todo lo que leemos en la Biblia es Palabra de Dios. De manera muy bella lo expresa Gabriela Mistral en su poema a las Sagradas Escrituras: “Biblia, libro mío, libro en cualquier tiempo y en cualquier hora, bueno y amigo para el corazón, fuerte, poderoso compañero…
Tu desnudez asusta a los hipócritas y tu pureza es odiosa a los libertinos.

Yo te amo todo, desde el nardo de la parábola hasta el adjetivo crudo de los Números”.
Por lo tanto, amar toda la Escritura y estar abiertos a lo que Dios nos va diciendo en cada una de las partes de la Biblia. Nos podemos acostumbrar a un tipo de temas que hay en la Biblia que cuando de manera inesperada aparecen otros, nos pueden llegar a causar ciertas resistencias.
La Palabra de Dios la relacionamos siempre con la paz, el amor, el perdón, el consuelo y todo lo que se refiere a la vida eterna. Son temas que valoramos y buscamos porque se vinculan afectivamente con nuestro crecimiento espiritual. Pero cuando aparecen otros temas como el del dinero, nos podemos sentir sorprendidos y fuera de lugar, porque hemos relacionado la Biblia con otras temáticas.
Hay un mensaje social que también forma parte de la Biblia. Dios llama a sus elegidos y encarga su palabra a los profetas para que denuncien el mal que provoca sufrimiento e injusticias y anuncien la salvación. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento aparece este mensaje social que hoy meditamos en las tres lecturas.
El profeta Amós nos sorprende con el mensaje contundente que nos ofrece en la primera lectura para increpar a los ricos y hacerles ver todas las injusticias que se cometen en contra de los pobres. El profeta va planteando la historia de una nación corrompida por el dinero. Era la época del rey Jeroboam II, aquel país parecía nadar en la abundancia.
Pero Amós ataca la verdadera situación que se esconde detrás de todo, la cual hacía posible que aquellos pocos ricos vivieran tan bien: porque la estafa, la trampa y la corrupción más descarada estaban a la orden del día, y la conservación de la tranquilidad consistía en mantener a todo el mundo en el más absoluto silencio. Y si los ricos eran ricos, se debía a que los pobres, los que no disponían de más riqueza que la fuerza de sus brazos, tenían que venderse al servicio de los poderosos por una miseria.
Por eso, Jesucristo concluirá solemnemente la parábola del santo evangelio diciendo que: “No pueden servir a Dios y al dinero”, porque como también aparece en la primera lectura, el profeta se siente obligado a gritar contra la terrible burla que se encontraba detrás de esta situación de injusticia que se daba con el cumplimiento ritual y la observancia religiosa de los ricos.
El profeta dirige una palabra contundente a los ricos y a los que mantienen la corrupción diciéndoles que Dios lo está viendo todo. Pueden engañar a todos, pero no a Dios: “El Señor, gloria de Israel, lo ha jurado: ‘No olvidaré jamás ninguna de estas acciones’”.
Por otra parte, siguiendo con el tema social, San Pablo sostiene, en la segunda lectura, que la oración por los hombres y especialmente por los jefes de Estado y las autoridades es algo bueno y agradable al Señor, pues Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Dios quiere que no vivamos engañados, ni engañando. La oración por los gobernantes es algo bueno y agradable al Señor, ya que están más expuestos a ser seducidos y esclavizados por el dinero. A Dios le agrada, pues, que hagamos oración por las autoridades. Quizá a nosotros no nos guste tanto porque nos mueve el puritanismo y el espíritu justiciero delante de tantas injusticias e irregularidades que se van presentando en la administración de la cosa pública.
Sin embargo, estas plegariasa las que se refiere San Pablo hay que ofrecerlas por todos, pues las autoridades ciertamente corren más riesgos, pero nosotros también debemos reflexionar si en nuestro contexto inmediato somos buenos administradores y si se nos puede considerar como personas dignas de confianza.
De ahí la fidelidad en las cosas pequeñas de las que habla Jesús en el evangelio. La infidelidad en lo pequeño puede preparar la infidelidad en lo grande, pues va separando la línea entre lo bueno y lo malo y deteriora el sentido moral. Las grandes injusticias que se cometen y los señalamientos que se hacen sobre malos manejos de los hombres del poder no comenzaron de la noche a la mañana.
Más bien comenzaron con actos de infidelidad en pequeñas cosas, donde se fue poco a poco acallando la voz de la conciencia hasta que se llega a relativizar la distinción entre el bien y el mal.
Uno de los énfasis de Papa León XIV en relación al mensaje de Jesús, es que el Evangelio no únicamente señala lo que está mal, sino que invita a un cambio interior; despierta la conciencia y abre al amor, a la conversión.
En el Evangelio de ese domingo, las advertencias, no verlas solo como juicio, sino como llamada amorosa al crecimiento: ¿qué semilla de fe necesita sembrar mi vida? ¿Qué actitud necesita germinar?
Hagamos nuestra la recomendación de San Pablo y elevemos plegarias por todos “para que podamos llevar una vida tranquila y en paz, entregada a Dios y respetable en todo sentido”.
- V Arzobispo de Xalapa
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