La historia, cuando no se entiende, tiende a repetirse. Y en México, la memoria suele ser tan corta como la distancia entre una promesa de campaña y su olvido. Ahora, con bombo y platillo, se anuncia el posible regreso del tren de pasajeros entre la Ciudad de México y el Puerto de Veracruz, un proyecto que —dicen— traerá desarrollo, turismo y dinamismo económico a municipios que alguna vez vivieron del rugir metálico de “El Jarocho”. ¿Será?
En principio, nadie con un mínimo de sentido común podría oponerse a una obra que promete reconectar regiones, detonar economías locales y devolver vida a pueblos que el neoliberalismo dejó en el abandono ferroviario. Tierra Blanca, Tres Valles, Paraje Nuevo, Potrero, Soledad de Doblado… nombres que suenan a caña, a llanura, a historia ferroviaria truncada por la desidia, el saqueo y la violencia. Pero como toda obra pública en este país, el diablo está en los detalles. Y los detalles —como la seguridad, la operatividad y la transparencia— no se resuelven con discursos desde un templete.
No es la primera vez que se pretende vendernos el tren como sinónimo de progreso. Ya en 2023 se reactivó el Tren Interoceánico del Istmo de Tehuantepec, que conecta Salina Cruz con Coatzacoalcos, y en 2024 se inauguró la línea entre Coatzacoalcos y Palenque, enlazándose con el elefantiásico y polémico Tren Maya. Proyectos con más carga ideológica que técnica, y más espectáculo que eficiencia. El papel todo lo aguanta; las vías, no tanto.

El trazo que hoy se plantea no es nuevo. Son las mismas vías por donde transitaba el mítico tren “Jarocho”, que en sus días de gloria era emblema de conexión, movilidad y turismo. Pero también, y no hay que olvidarlo, fue símbolo de abandono e inseguridad. Los asaltos eran pan de cada día, especialmente en los tramos cercanos a la capital del país. Eso, más que cualquier cálculo financiero, fue lo que mató al tren como alternativa de transporte.
Por eso, antes de caer en la euforia del anuncio, habría que preguntar:
¿Ya se diseñó el esquema de seguridad para garantizar que los pasajeros no viajen con el Jesús en la garganta?
¿Quién controlará la vigilancia en un país donde el crimen organizado ha demostrado tener más control territorial que el Estado?

¿O vamos a dejar que las autodefensas se suban al vagón?
Porque aquí no basta con decir que se reactivará el tramo Medias Aguas–Veracruz. Hay que entender que esa ruta atraviesa zonas altamente vulnerables: Juan Rodríguez Clara, Ciudad Isla, Papaloapan, Gabino Barreda, Piedras Negras, por nombrar algunas. Regiones productivas, sí, pero también golpeadas por décadas de pobreza, corrupción municipal y abandono institucional. El tren puede reactivarlas o simplemente pasarles por encima.
En esta columna lo hemos sostenido siempre: no hay desarrollo sin Estado. La infraestructura —por muy nostálgica o monumental que parezca— no sirve de nada si no se inserta en una política pública integral. No basta con que el tren pase: ¿habrá estaciones equipadas, conectividad local, inversión en servicios, educación, salud, empleo digno? ¿O simplemente será una postal bonita para la mañanera?
Y ojo, porque cuando se habla del tren como “reconexión del sur con el centro del país”, se omite que esa reconexión ya existe… para las mercancías. Las empresas privadas han seguido utilizando esos tramos ferroviarios, mientras que al pueblo se le vendió la idea de que “el tren ya no servía”. El discurso del abandono fue selectivo: se abandonó al pasajero, pero no al capital.
El tren puede ser una oportunidad, pero solo si se hace bien. Y hacer las cosas bien en este país implica planeación, presupuesto, transparencia, seguridad y voluntad política real, no simulada. Porque si lo que se busca es repetir la fórmula del Tren Maya —inaugurar tramos sin terminar, cortar listones sin reglamento operativo, vender turismo donde hay despojo—, entonces mejor dejemos el proyecto en la estación.
Lo cierto es que México necesita más trenes. Pero también necesita más Estado, más ética, más memoria. Los municipios por donde pasará esta ruta no requieren solo del tren; requieren políticas públicas que los integren a la economía nacional, no que los atraviesen y los dejen igual de marginados.
A los ciudadanos nos toca mirar con lupa cada paso de este proyecto. Preguntar, exigir, participar. Porque el tren, como metáfora del país, puede avanzar o descarrilarse según quién lo conduzca y para quién se construya.
Ojalá esta vez no se nos vuelva a pasar el tren.