De memoria | Y más de periodistas…

Mi paso por Unomásuno fueron siete años de felicidad y de mucho aprendizaje, allí conocí la doble personalidad de un hombre que siendo el mayor ejemplo de la profesión en México y el exterior, podía albergar un ser siniestro, misógino, manipulador y conservar el halo de santidad ante sus fieles.
Y también supe de la fragilidad humana, de quienes amados amigos, de pronto se convertían en tus mayores enemigos, dispuestos no sólo a la traición sino hasta a prestarse para darte la puñalada.
Al director Manuel Becerra Acosta le divertía mucho mi decisión de autorizar una tarjeta de télex internacional, porque Blanche Petrich se proponía pasar sus vacaciones en El Salvador, donde el caos, los asesinatos y los choques callejeros eran la constante de cada día.
Blanche tiene cierta discapacidad que le imposibilita emprender una carrera. Y eso provocaba accesos de risa al hermoso ojiverde del director. Hasta que un día en plena Junta de Redacción le pedí que se abstuviera de hacer esos chistes que también aplicaba aunque por distinto motivo a otro reportero.
Le dije que saldría de la oficina y regresaría cuando terminara la hora de las gracejadas. Tan insólita postura ante un señor que lo era todo en el periódico, causó asombro y la reacción de Becerra, serio y con voz profunda comprometiéndose a no volver a reírse de quienes colaboraban en mi área.
El trabajo de Blanche le abrió las puertas de la redacción general, donde terminó siendo un puntal.
Yo pasé a cubrir la fuente de Presidencia, como resultado de que el titular, el sacerdote Miguel López, en estado ebrio hizo una pregunta al mandatario, José López Portillo, al no satisfacerle la respuesta intentó enfrascarse en una discusión absurda.
Pasé cuatro años observando de lejos lo que pasaba en el diario, pero mientras gozando como invitado de banquetes reales, conociendo mundo, tanto como lo permite el hecho de estar listo antes que el presidente, acompañar a la comitiva y regresar hecho pomada de cansancio para escribir la información y enviarla.
Por ahí ví a muchos de los hoy indignados antichayote, ésos que acusan a lo güey pero que tenían una innata capacidad para detectar dónde había quien salpicara y también para la práctica del deporte olímpico de la fayuca.
De esto no es posible hablar, porque medio pejismo y la mitad de los antipeje, me harían Pinole. Por cierto, en la foto López Portillo rodeado por “su fuente” celebrando un cumpleaños. Supongo que allí ando yo.
En una visita a Brasil, sin prácticamente ninguna actividad importante, me llamó desde México mi más querido amigo y compañero de avatares informativos. Me explicó que habría una asamblea para que los cooperativistas aceptaran convertirse en sindicato. La cooperativa, recuerdo romántico, no más.
Ante lo que observaba me había transformado en un cuestionador de formas y fondos en el manejo de la cooperativa, que incluso había suprimido las asambleas. Quede claro, de la cooperativa, el manejo del diario era impecable. Eso causó que en uno de sus arranques etílicos Becerra y yo frente a frente y rodeado por la redacción completa, nos enfrascáramos en breve discusión.
Alguien, naturalmente otro amigo, militante del PC, le aseguró que yo había hablado con López Portillo para apoderarme de la Dirección General. Un despropósito tal que nadie, conociendo la diferencia de calidades y capacidades periodísticas entre Becerra y yo, lo hubiese tomado en serio.
Profesionalmente era un Dios y yo sencillamente un reportero cumplidor. Eso sí, reconocidamente honorable.
De frente, el mandamás me acusó de estar negociando con el mandatario la apropiación del periódico. Mi respuesta, única y con gesto de fastidio que lo desarmó, fue que si yo tuviese tal interlocución con el presidente, desde luego él ya ni sería director, pero tampoco lo sería yo.
Siguió la historia. Recorriendo el Mar de Cortez, a media jornada y en alta mar, Óscar Argüelles de Prensa de la Presidencia, con tono fúnebre me indicó que a partir de ese momento y por instrucciones de mi director, ya no cubría tal fuente.
A todos nos provocó risa tal absurdo. Unos sugerían que me dieran un salvavidas y me bajarán allí, otros, más considerados pedían que fuera un bote salvavidas y como castigo, sin remos. En fin nos divertimos con ese arranque, consecuencia de una de las farras de Becerra y la cuerda que le dio uno de mis malquerientes.
En la redacción, varios compañeros sugerían organizar un grupo de oposición a lo que ya abiertamente era el futuro: acabar con la cooperativa, pasar al rubro de simples asalariados y organizarnos en un sindicato de empresa.
Mañana creo que podremos disfrutar de la asamblea donde como inocentes palomitas, los periodistas de Unomásuno admitieron que ya no había cooperativa y que la consejera empresarial, Carmen Lira y su amanuense, el siempre soterrado Luis Gutiérrez, presidieran el sindicato.
Hábil y como era su costumbre, en segundo plano, Carlitos Payán se preparaba para recoger los restos de la batalla…

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