Testigos de la resurrección

En este día, 18 de abril de 2021, celebramos el Tercer Domingo de Pascua, Ciclo B, en la liturgia de la Iglesia Católica.

El pasaje evangélico de hoy es de San Lucas (24, 35-48), el cual narra la aparición de Jesús Resucitado a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo y escuchando la experiencia de los discípulos de Emaús.

TESTIGOS DE LA RESURRECCIÓN. Jesús se presentó en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Ellos, desconcertados y atemorizados, creían ver un fantasma. Jesús les dijo: “no teman, soy yo en persona” y les mostró sus manos y sus pies con la señal de los clavos.

Los Apóstoles, llenos de alegría, no terminaban de creer y seguían pasmados. Entonces, Jesús les pidió algo de comer y le dieron un trozo de pescado asado. Después les dijo que lo que había sucedido era el cumplimiento de lo que estaba escrito acerca de él en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.

Y les abrió ek entendimiento para que comprendieran las Escrituras: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día, y que en su nombre se había de predicar a todas las naciones, comenzando por Jerusalén, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados. Ustedes son testigos de esto”.

LA EXPERIENCIA PERSONAL. Creer en Jesús resucitado es algo que sólo puede ser captado desde la fe que el mismo Jesús despierta en nosotros y que nos infunde la paz y la alegría.

Después de la experiencia de Pentecostés, Pedro y los otros apóstoles comenzaron a predicar con valentía, tanto su convivencia con Jesús durante los tres años de su ministerio como sus encuentros con Cristo después de que Dios lo resucitó de entre los muertos, y con el cual compartieron la comida y la bebida.

El testimonio de los Apóstoles sobre la Muerte y Resurrección de Cristo es fundamental para la vida de la Iglesia y para su espíritu misionero. San Pablo, después de su experiencia de ser iluminado por Jesús Resucitado y de escuchar su voz, en su camino hacia Damasco se hizo transmisor de lo que él mismo recibió: “Que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se le apareció a Pedro y luego a los Doce y a más de quinientos hermanos y, en último término a él” (1Cor 15).

Motivado por esta experiencia, Pablo defiende con fervor la resurrección de los muertos y amonesta a los Corintios afirmando que si Cristo no hubiera resucitado sería totalmente vana la predicación y la fe, por lo cual si nuestra esperanza en Cristo se limita solamente a esta vida seríamos las personas más dignas de compasión.

LA IMPORTANCIA DE LOS TESTIGOS. Los relatos evangélicos insisten que el encuentro con Jesús, muerto y resucitado, es una experiencia que no se puede olvidar ni callar. Quien ha experimentado a Jesús, camino, verdad y vida, siente la necesidad apremiante de contarlo a otros, se convierte en testigo y contagia lo que vive.

La fuerza decisiva que posee el cristianismo para comunicar la Buena Noticia, que significa el encuentro con Jesús son los testigos, los que manifiestan con ardor su propia experiencia de paz y alegría. Por este motivo, resultan de un valor incalculable el testimonio de la vida de los mártires y de los santos, así como la maravillosa experiencia de los Movimientos Kerigmáticos como los Cursillos de Cristiandad, la Escuela de la Cruz, la Renovación Carismática en el Espíritu Santo, el Movimiento Familiar Cristiano y el Neocatecumenado.

Todos anuncian a un Cristo vivo, que nos ama y perdona nuestros pecados, que comprende nuestras debilidades y nos impulsa a ser sus testigos en la familia, en el trabajo y en la sociedad. Los pasos indispensables para ser auténticos discípulos y misioneros son el encuentro con Jesucristo, la conversión o cambio de vida, el discipulado a través de la catequesis, la vida comunitaria y la misión que consiste en anunciar lo que se ha experimentado con Jesucristo muerto y resucitado.

  • Arzobispo de Xalapa.

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