Después de ponerse esos zapatos tenis desgastados por demasiado uso, la playera de un equipo ganador reciente y un pantalón de mezclilla, pasó a la cocina y desayunó de manera rápida. El tiempo avanzaba y aunque no lo checan en el horario, él tiene que entregar la cuenta de 200 pesos cada día. Salió de su hogar como a las ocho y media de la mañana. En la noche se había desvelado porque trasladó a un cliente a una ciudad que le queda a tres horas de distancia de la ciudad donde vive. Al regreso, entre la oscuridad escuchó los aullidos de los coyotes. Pasó por un lugar muy solitario y en ese camino la graba estaba suelta, por lo que sintió temor. Pero sin embargo, llegó a su hogar y hoy emprendía una nueva aventura en el volante.
A la primera manzana encontró al primer cliente y le pidió que por favor lo trasladara a un mercado. Después de bajarse la persona en el mercado, inmediatamente a unas cuadras más adelante una pareja le hizo la señal y él taxista se detuvo con su Tsuru, modelo 2005. Le pidieron llevarlos a las aguas termales, que en determinado lugar había unas que les recomendaron sus amigos. En fin acordaron el costo del viaje y subieron.
El camino se notaba despejado. Ninguna nube negra, gris ni blanca. El cielo azul y el campo verde a todo su esplendor. En eso descubrieron que había un gran hueco en la tierra, cerca de la carretera. Quizás era principio de un socavón pero no se quedaron a averiguarlo. El taxista siguió en su camino y vio varios árboles en un terreno, ordenados como si fueran soldados que estuvieran comandados por un superior, pendientes de una orden. Hasta que llegó al lugar. Le pagaron y de regreso notó que los árboles alguien los arrancó. Las raíces arriba y las ramas con las hojas abajo, algo muy raro y no había pasado ninguna tormenta y el viento en ese instante era muy ligero. Sintió extrañeza y le aceleró un poco al coche. Más adelante, donde estaba el hoyo, solamente había flores violetas, moradas y blancas, y uno que otro arbusto. Como iba solo, esta vez se detuvo y decidió cortar unas flores y llevarlas a su hogar. La naturaleza le regalaba esas flores y no había por ahí un dueño del terreno que le reclamara. Llegó a su casa y las puso en un florero, agregándoles un poco de agua para que no se marchitaran.
Regresó a seguirle en las calles de la ciudad. Ese día le fue bien y juntó la cuenta, sacó para la gasolina del coche y algo justo para la familia. Ya le dolía la espalda de estar sentado todo el día en el taxi y precisamente, antes de irse a su casa, una mujer vestida de blanco le hace la parada y otro taxista le agandalla, parándose y quedándose a unos cuantos metros atrás, el taxista. No alcanza a escuchar lo que le dice la mujer a su compañero del volante, pero él observa que la señora no trae zapatillas y parece que está suspendida en el aire. De pronto, el taxista que lo había agandallado con esa clienta salió corriendo y ahí dejó a la señora. El joven al ver eso, también arrancó su taxi y salió de volada. A los pocos minutos escuchó el grito desgarrador de una mujer por esa calle.
Al entrar a su casa aún estaba muy agitado y nervioso. Prendió un cigarro y fue a donde estaban las flores y no había flores, solo agua con tierra. Es así que mejor prendió una veladora a su santo, hizo una oración y se fue a dormir porque al otro día tenía que seguir con su rutina.
(*) Escritor veracruzano de un rincón del Totonacapan.
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