Reminicencia | La Rébsamen, hojeando los recuerdos

Hoy refrescaremos el espíritu recordando un pasaje bello de la infancia de muchos xalapeños, muchos ya no estan en este mundo.
En la década de los cincuenta, cursábamos cuarto año de primaria en “la Rébsamen”, nombre coloquial para los xalapeños de aquel Xalapa provinciano. Recordamos su entrada majestuosa precedida de anchos pilares, guardianes del Partenon, enseguida el pequeño jardin rodeando la estatua de don Enríque Conrado Rébsamen, suizo convertido en xalapeño, creador fundador de la benemérita Escuela Normal Veracruzana y la escuela experimental anexa. Fue traido al país por el gobernador Juan de la luz Enríquez.
Nuestro salón, ubicado en la planta alta, era amplio, pupitres individuales con paleta de madera del lado derecho, para apoyar el cuaderno. El salón se ubicaba a un lado de la explanada, donde había una añeja campana, símbolo inolvidable, aunque nunca la escucháramos sonar.
Era febrero y las clases de cuarto año se iniciaban, el maestro era Don Efrén Hernández Tlapa, espigado, con alopecia, nariz afilada, lunar prominente en la mejilla derecha, enérgico irónico, sutil sentido del humor, disertaba su clase con voz grave y pausada, advirtiendo al final que preguntaría al día siguiente. Todos sabíamos que si no contestábamos, enérgico regaño nos daría.
Éramos veintidós chiquillos de 10 a 11 años y cuando don Efrén regañaba nos causaba profundo respeto, no ofendía, nos decía “no serán los hombres exigidos por la sociedad”. Con frecuencia algunos no salíamos a recreo mascullando la clase que deberíamos recitar al reiniciar las clases.
Un día un alumno regresó al salón con una bolsa de trozos de jícama con chile y limón, comía mientras el maestro atendía a quien daba la clase. Don Efrén acostumbraba caminar entre las bancas, exigiendo atención plena. Se detuvo junto al chiquillo y preguntó, ¿Qué tal está lo que comes?, nuestro amigo contestó azorado, “rico, ¿usted gusta?”. La respuesta generó sonora carcajada de los alumnos.
El maestro respondió algo así, “comiendo a escondidas en clase te encontré, merecida sanción por ello te daré” escribirás ahora 100 veces lo que acabo de decirte. Nuestro amigo salió de la escuela dos horas después de lo habitual.
En alguna ocasión intenté prestar dinero a módico interés, el maestro se enteró y 100 largas frases de disculpa hube que escribir. No se volvió a mancillar la disciplina.
Salir al recreo era motivo de alegría, en aquel enorme patio con cuatro grandes árboles corríamos a placer, al pie de la escalera al segundo piso se ubicaba un señor moreno, gentil, que usaba muletas, vendía golosinas, entre ellas unas grandes paletas de caramelo color marrón casi transparentes con forma de caballo o perfil de una mujer, que desaparecían en un santiamen.
En uno de los arriates de un arbol se ubicaba Petrita con su canasta rebosante de naranjas con chile partidas en cuatro, rebanas de jícama, cacahuates enchilados y lo mejor, a algunos nos fiaba.
A un lado de la reja de entrada, un señor rubicundo, chaparrito con un bote cilíndrico de doble pared con paletas de agua, las preferidas de tamarindo. Y volvíamos a clase después de treinta minutos de “chivear y masticar” como decía nuestro maestro Efrén.
La Rébsamen, reducto de niñez feliz de xalapeños de la década cincuenta, templo del saber con mentores de vocación. A esta venerable escuela, los xalapeños de origen y orgullo la tenemos grabada en espíritu y conciencia, evocar aquellas escenas es un respiro de aire fresco en medio del fragor, a veces estresante, de la vida diaria del hoy que nos rodea.
hsilva_mendoza@hotmail.com

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