Simone Biles, la campeona que coquetea con el aburrimiento

Había algo de desidia en la cara de Simone Biles a lo largo de toda la mañana. Algo de aburrimiento, como si le diera pereza estar ahí, empezar de nuevo otra semana de exigencias y valoraciones. Hoy tocaba ronda de clasificación, aún quedan la final por equipos, la final individual y las distintas finales por aparatos (se ha clasificado en los cuatro). Con todo eso por delante, empezar siempre es complicado, más aún cuando los jueces se toman demasiado tiempo, cuando la grada está vacía, cuando a las rivales aún se las ve desde lejos.
La rutina se repitió aparato tras aparato: Biles llevaba cara de enferma, de no haber dormido bien como poco, apenas regalaba alguna sonrisa a la galería -ni siquiera en su arrollador ejercicio de suelo-, daba una exhibición de gimnasia y después se bajaba con el mismo gesto de desagrado en la cara, como si algo no acabara ir del todo bien. Debe de ser complicado ser Simone Biles y esperar la nota de un juez. Debe de ser complicado ser la mejor gimnasta de la historia, la chica que literalmente vuela sobre las convenciones y esperar que alguien le ponga una puntuación a su excepcionalidad.
Tal vez por eso las muecas, no lo sé. Biles, aparte de todo esto, estaba desconcentrada. Cometió un error en suelo, otro error en salto y un tercer error en barra. Los tres tenían que ver con la recepción. Daba la sensación de que había ahí un exceso de potencia sin demasiadas ganas de ser controlado. Un cálculo mal ajustado. Puede que a Biles estos Juegos le hayan llegado demasiado tarde: de los 19 a los 24 años hay un mundo. En Río, Biles era todo sonrisas y su bonita historia de superación, de familia rota que se salva en el último momento, de pobreza redimida por el éxito deportivo, copaba cada portada.
En Tokio, simplemente contamos con su superioridad. La disfrutamos, por supuesto, pero no nos pilla de sorpresa. Simone Biles es como esa película que ves por décima vez y sigues diciendo: “Sí, es perfecta” pero ya no te emociona como la primera, ya intuyes cada giro de guion. Biles tuvo serias dudas durante un tiempo de si llegaría a estos Juegos. Estaba cansada del entorno, de la fama, de las exigencias. Fueron años difíciles, con relativamente poca competición y mucha exposición pública: Biles se metió de lleno en las denuncias de abusos sexuales en el seno de la federación estadounidense. Biles salió ahí, dio la cara y dijo: “Me, too”, como tantas otras.
Y no fue fácil. ¿Cómo va a ser fácil reconocer ante el mundo que te han toqueteado durante años, que han jugado con tu cuerpo, que te han humillado como persona? Cuando hablaba del médico pedófilo Larry Nassar decía estremecerse. El médico que abusó de tantas y tantas futuras profesionales y que ahora se levanta en la cárcel cada mañana. Hay algo de juventud robada ahí, y, por supuesto, esa juventud ya estaba perdida en 2016, pero bastaba con sonreír para pensar que podía disimularse, que al menos el mundo podía permanecer en la inopia.
2021 es otra historia. 2021 es la historia de una chica que afronta sus últimos Juegos y que a veces da la sensación de querer acabar cuanto antes con todo esto. Biles nos hace felices a todos con sus exhibiciones pero a veces uno se pregunta legítimamente si ella misma es feliz en el proceso. Si no preferiría centrarse por fin en su vida, tener los hijos que dice querer tener, buscar una carrera profesional al margen del recuerdo del horror pasado. Cuando por fin encuentra algo nuevo, algo que solo ella puede hacer, que le puede motivar a seguir adelante, los jueces lo consideran demasiado arriesgado y le dan una puntuación menor que la merecida.
Así es todo más difícil, pero Biles no se va a rendir, desde luego. Biles quiere acabar pronto pero quiere acabar a lo grande. Sin ella, sus compañeras no podrían luchar contra Rusia en el concurso por equipos y sus compañeras lo son todo. Sin un cien por cien de concentración, es impensable que pueda ganar de nuevo la medalla de oro individual. Un error puntual puede apartarle de cualquier triunfo en cualquier aparato. Biles necesita darle una patada en el trasero al aburrimiento, obviar la ausencia de espectadores y alimentarse de la competición. Necesita sentir la tensión del ahora o nunca, del siguiente apoyo, el siguiente giro.
Simone Biles pasará a la historia como uno de esos nombres que trascienden con mucho su deporte, como sucedió en su momento con Nadia Comaneci. Simone Biles es una de esas deportistas que justifican un madrugón o una mañana de resaca. Simone Biles, como Michael Phelps o Usain Bolt en el pasado reciente, como Katie Ledecky o Kevin Durant en la actualidad, nos llevan a los aficionados al asombro constante. Lo que necesita es asombrarse ella misma. Cambiar esa cara, recuperar la sonrisa, ajustar la potencia, comerse el mundo. Lo hizo en Río y puede volver a hacerlo ahora. Un pequeño esfuerzo más y ya. Eso es todo lo que le pedimos. Tiempo tendrá para aburrirse de verdad, aunque ella aún no lo sepa.

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