La gran pregunta

Todo reportero lo sabe. Las respuestas de un entrevistado están marcadas por la presencia, o no, de una pregunta inteligente. “Hay que saber preguntar”, que es una forma de referir la seducción, el horizonte, las posibilidades infinitas que plantea una interrogante.
Preguntan los preguntones con el riesgo de ser vapuleados con un violento: “¿y a usted qué le importa?”, lo que implica, irrebatiblemente, el planteamiento de una segunda pregunta.
El próximo domingo la ciudadanía está invitada a responder a una pregunta que será planteada en las cerca de 57 mil casillas que serán instaladas a lo ancho del territorio nacional para cumplir con la consulta ciudadana planteada por el Congreso de la Unión desde octubre pasado. De lo que responda la mayoría de los participantes se procederá, o no, a someter a los inculpados a una vaga acción justiciera.
Hay de preguntas a preguntas y no, no siempre estamos obligados a responder. ¿Qué hora tiene? ¿Dónde queda la estación más próxima del Metro? ¿Crees en Dios? ¿Cuándo me dirás que sí? Se pregunta para saber las intenciones del otro, su opinión, su testimonio, su versión de los hechos.
Por ello la pregunta que planteará el INE en la encuesta del domingo próximo resulta un tanto capciosa, por no decir que retorcida. “Está de acuerdo o no en que se lleven a cabo las acciones pertinentes, con apego al marco constitucional y legal, para emprender un proceso de esclarecimiento de las decisiones políticas tomadas en los años pasado por los actores políticos, encaminado a garantizar la justicia y los derechos de las posibles víctimas?”.
A lo cual podría seguirse con una necesaria pregunta subsecuente: “¿Ha entendido usted lo anterior?”, o “¿No le parece una necedad este ejercicio de falsa democracia?”.
El galimatías de la cuestión es que no tiene límites. ¿Quiénes son los actores políticos en los años pasados? ¿Luis Alberto Roche, presidente municipal de Tulancingo en 1985, o Sebastián Lerdo de Tejada, Presidente expulsor de los jesuitas en 1873? ¿Los expresidentes Luis Echeverría Álvarez, de 99 años de edad; Carlos Salinas de Gortari, de 73?
¿Y si no estoy de acuerdo “con el marco constitucional y legal”, qué? ¿Me llevarán a la cárcel? ¿O podemos estar en contra de la aplicación de la ley? ¿Cómo se puede “garantizar la justicia y los derechos de las posibles víctimas” de 1943, de 1959, de 1975, de 2003?
Lo que todo ello busca es la reconstrucción del circo romano. Llevar encadenados a los primeros cristianos y arrojarlos a los leones. Que la plebe quede cebada con el espectáculo de su martirio. Erigir un cadalso para colgar allí a los reos del PRI, del PAN, del aborrecible PRIAN? ¿O levantar un paredón para fusilar a Peña Nieto y Calderón luego de obligarlos a cargar una cruz hasta la cima del cerro de Chapultepec? ¿Qué es lo que se pretende?
La gran pregunta es la que se hace el príncipe de Dinamarca sosteniendo la calavera de Yorick, su bufón de la infancia, “¿ser o no ser?”. O la pregunta de Jesucristo a Pedro, al verlo escapando de Roma, donde debía predicar: “Quo vadis?” ¿A dónde vas, cobarde, huyendo de tus obligaciones? O la pregunta del caballero andante a su palafrenero, “¿Ladran, Sancho?”, luego es que cabalgando vamos.
Pero no. Lo de acá será una necedad que pagaremos para que un porcentaje minoritario de ciudadanos lleven leña verde para la hoguera donde serán chamuscados los enemigos pretéritos (y antecopretéritos) del régimen. Ensañarse para culparlos de todos los pecados políticos y que restituyan a la justicia su papel supremo. Nombrar, luego, un Comité Depurador del Pueblo que evite futuras anomalías en beneficio de la ciudadanía en pureza.
Todo por la inentendible pregunta, más que capciosa, que podría ser la última de aquel programa de concurso protagonizado por don Pedro Ferriz, Las 13 preguntas del 13.
La pregunta más pertinente es, ¿por qué ahora se aplicará la manida consulta popular? ¿Por qué, por qué? Pues porque a falta de pan, hay que insistir en el circo. Lo hicieron en Roma y funcionó. ¿Por qué aquí no?, que es otra pregunta.

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