La vida turbulenta por prejuicios raciales de la actriz de ‘La Momia’

Hoy en día apenas se deja caer por producciones de Hollywood, pero todos aquellos que disfrutamos con La Momia y su secuela seguimos teniendo grabado el rostro de Patricia Velásquez, la actriz venezolana que dio vida a Anck-su-namun, la amada de la temible momia Imhotep.
Pero aunque esté lejos de la repercusión que obtuvo cuando participó en la cinta de aventuras de Stephen Sommers con Brendan Fraser y Rachel Weisz, lo cierto es que en la última década volvió a salir a la palestra y a los medios gracias a la publicación de Sin tacones. Sin reserva, un libro autobiográfico publicado en 2015 en donde reveló datos muy duros sobre su pasado y su dificultad para aceptarse a sí misma.
Y es que la vida de esta actriz venezolana estuvo muy marcada por problemas de identidad, por una infancia inmersa en la pobreza y por prejuicios raciales que la llevaron a ocultar su orientación sexual, su ascendencia indígena y a verse inmersa en una espiral de prostitución y drogas.
Patricia nació en 1971 en Maracaibo, Venezuela, siendo la quinta de una familia humilde de seis hermanos. Su madre pertenecía a la etnia indígena Wayú mientras que su padre era mestizo, lo que la llevó a tener claros rasgos indígenas en su rostro.
Pero lo que debería de ser un bonito detalle distintivo de su físico, se convirtió en un motivo de discriminación. Tal y como cuenta en sus memorias, se vio obligada a hacerse pasar por mexicana en la escuela para evitar el estigma social de indígena pobre, aunque su belleza natural, sus dotes artísticas y sus ganas de abrirse hueco en el mundo del espectáculo, terminarían llevándola a ser una de las primeras modelos latinas en alcanzar el éxito internacional. Aunque no sin antes pasar por un calvario.
Fue descubierta por el peluquero de su localidad local, quien consiguió abrirle hueco hasta el concurso nacional de Miss Venezuela. Sin embargo, se le exigió que se retocara estéticamente los ojos y las orejas, se pusiera implantes mamarios y encontrara un patrocinador, unas exigencias que Velásquez, que en aquel momento vivía en la más pura pobreza, no podía permitirse.
Sin embargo, como bien reconoció en una entrevista con EFE durante la promoción de su libro, en aquel momento su principal intención era “ayudar a poner comida en la mesa” de su familia, lo que la hizo tomar la difícil decisión de prostituirse para conseguir el dinero para los retoques estéticos que le requerían.
La actriz entró en contacto con un hombre a quien en sus memorias simplemente identifica como David, quien a cambio de sexo le consiguió un apartamento, un patrocinador y le pagó la cirugía estética.
Aunque Velásquez, que pese a los prejuicios de su comunidad siempre se sintió muy orgullosa de sus rasgos indígenas, solo accedió a realizarse implantes en los pechos. Pero fue suficiente para que la organización de Miss Venezuela -certamen que ha sido acusado de trata de mujeres y corrupción por parte de varias participantes- accediera a dejarla participar.
Velásquez no consiguió ganar, pero obtuvo una segunda posición que le dio la suficiente repercusión para empezar a desfilar por pasarelas de Milán, Madrid, Londres o París y posar para marcas como Victoria Secret o Swimsuit Issue.


Fue también cuando Hollywood se fijó en su figura y empezó a actuar en películas como Facade, Overbooking o Beowulf, la leyenda, alcanzando la cumbre de su carrera cinematográfica en 1999 y 2001 y con La Momia y El regreso de la momia. Pero esta etapa, en la que se consolidó como una de las modelos latinas más exitosas de aquellos años, tampoco fue un camino de rosas, dado que la repentina fama la llevó a caer en los excesos de las drogas.
Según relata, durante su etapa en España, donde además de desfilar por las pasarelas se dejó caer en películas como San Bernardo con Alberto San Juan, el éxito y sus continuas salidas nocturnas la hicieron volverse adicta a la cocaína.
Además, tal y como cuenta en su libro y recogen medios como The New York Post, en aquellos años comenzó una relación fugaz con la cantante Sandra Bernhard y descubrió su orientación sexual como lesbiana, lo que supuso una presión extra por los aún muy persistentes prejuicios del mundo del entretenimiento y de la comunidad latina hacia la homosexualidad.
De hecho, no se atrevió a salir del armario hasta 2012, cuando protagonizó una película llamada Liz en septiembre sobre una chica lesbiana que sufre una enfermedad terminal.
Además, la hija que tuvo en común con Lauren Velásquez, su segunda pareja, también jugó un papel fundamental. “A medida que mi hija comenzó a crecer y yo le estaba enseñando a ser honesta y orgullosa, supe que era hora de que yo diera el ejemplo, y eso significaba enfrentar mi verdad. Para mí, vivir la vida con la verdad y la honestidad es lo único que quiero asegurarme de que ella entienda”, escribía en su libro.
Por suerte, la actriz relata que su familia la apoyó, aunque siguió notando el prejuicio que aún tenía la comunidad latina sobre la homosexualidad.
Si bien se dejó ver por series, no volvió a repetir un éxito como La Momia en el cine. De todos modos, en la actualidad está más centrada en su labor como activista social. Y es que su dura vida haciendo frente a los prejuicios raciales la llevó a querer aprovechar su éxito para generar conciencia social sobre la pobreza de las poblaciones indígenas de los wayúu, la cual sufrió durante su infancia.
Así, en 2002 creó Wayúu Tayá, fundación que al día de hoy sigue en activo y que ayuda a muchos niños y mujeres indígenas de la zona de la Guajira venezolana. Además, colabora con UNESCO como “Artista por la Paz” a través de su lucha por los derechos de las personas indígenas.
Todo un ejemplo de superación ante la adversidad que ha aprendido a vivir su verdad tras compartirla con el mundo. A sus 50 años sigue muy activa en la industria del cine, e incluso dentro de poco la veremos en Maligno, la nueva apuesta del director y padre de Insidious y Expediente Warren, James Wan.

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