La nueva diáspora

La fotografía llama a morbo. Un poderoso C-17 Globemaster ha despegado del aeropuerto de Kabul, pero un minuto después dos polizones se precipitan al vacío luego de permanecer asidos al tren de aterrizaje. Un círculo engloba a los dos hombres cayendo; pequeñitos, como de caricatura, cuando que el carguero ha conseguido alojar a centenares de pasajeros, todos ellos refugiados afganos huyendo del talibán.
La imagen fue recogida por todos los medios una semana atrás luego que las fuerzas del fundamentalismo islámico invadieran la capital afgana. En cosa de horas el terror se apoderó de la población, gobernada hasta ese momento por el presidente Ashraf Ghani, que se dio a la fuga.
Ese mismo miedo es el que ha movido, o está moviendo, a centenares de miles de centroamericanos que buscan abandonar sus comunidades asoladas por la violencia y la miseria. Diríase que una nueva diáspora se está apoderando de ciertos rincones del planeta que han quedado fuera de todo control cívico. Las milicias del talibán en Asia central, la pandillas de la Mara en Honduras y El Salvador.
El éxodo contemporáneo se da en tiempos que, uno supondría, deberían garantizar los derechos humanos en la mayoría de las naciones. Democracia, libertad, trabajo, paz ciudadana. Pero no ocurre así. Al igual que los judíos sobrevivientes al holocausto del nazismo, buena parte de las poblaciones de esos países han decidido abandonarlo todo con tal de asegurar la vida y liberarse del miedo cotidiano. Recientemente las autoridades de Estados Unidos se jactaban de haber expulsado a 750 mil inmigrantes ilegales en lo que va del gobierno de Joseph Biden.
Algunos de esos expulsados son transportados por vía aérea hasta sus países de origen, pero la gran mayoría son depositados simplemente al otro lado del puente fronterizo. Ahora bien, ¿por qué han elegido los migrantes el refugio en la nación de Washington?
La respuesta se remontaría al siglo XVII, cuando los “padres peregrinos” (pilgrims) huían de Europa hacia América para establecer las primeras comunidades en libertad, lejos de la persecución religiosa. Y así como entonces fundaron las poblaciones costeras de Virginia, Maryland y Nueva Jersey, los “peregrinos” de hoy huyen de San Pedro Sula, San Salvador y Jinotega para atravesar el istmo mexicano y adentrarse en los Estados Unidos a cualquier precio. ¿Su meta? Emplearse como cocineros, albañiles, jardineros en los alrededores de Houston, Los Angeles o el mismo Chicago.
El terror al emirato islámico que se anuncia en Afganistán es herencia de lo ya vivido cuando las fuerzas yihadistas se apoderaron de esa nación. La sharia es la ley islámica que todos deben observar, supeditada a la fe esgrimida por el Corán. Entre otras medidas (ya vividas durante el régimen del talibán de 1996) está la prohibición de las mujeres a estudiar más allá de los 10 años, así como exhibirse en público sin la burka, que las cubre por completo, así como la supeditación total a su esposo.
Los migrantes centroamericanos (y no pocos mexicanos) que parten rumbo al “milagro de Norteamérica” huyen materialmente de la versión tropical del talibán. Nada que esté fuera de control de las bandas es permitido, por lo que toda la actividad cotidiana debe pasar revista de las pandillas ligadas a la Mara. Robos, secuestros, derecho de piso… la vida imposible, y las autoridades en complicidad permanente con el crimen.
La nueva diáspora está en auge. Informes recientes señalan que las remesas de los mexicanos en Estados Unidos a sus familiares, sólo en 2020, fueron del orden de los 875 mil millones de pesos, equivalentes al 3.8 % del PIB nacional. Razón de más para emprender la emigración, por cierto.
Aunque el cupo de los cargueros C-17 es de 134 pasajeros, el miércoles pasado se publicaron las sorprendentes fotos con aquellos 640 exiliados atestados en la enorme nave que aterrizaría en Bahrein.
Algunos de los que abordaron de último minuto por el compartimento de las ruedas, no la contaron… como ha ocurrido con centenares de migrantes hondureños trepados en los vagones de La Bestia. El precio de la nueva diáspora.

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