¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su esposa?

En este domingo, en el evangelio, aparece el tema del matrimonio y de los niños. El evangelio comienza diciendo que: “Se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: ‘¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su esposa?’”. Jesús respondió a esta pregunta apelando a la historia sobre el matrimonio y al designio de Dios sobre él.
Los datos históricos nos demuestran que el matrimonio ha tenido muchas formas de realización y en ellas las mujeres no han tenido los mismos derechos, pues han sido los varones los que se han dado el lujo de dejarlas, como dice san Mateo, “por cualquier motivo” (Mt 19, 3). Sin embargo, todo esto ha sido por el pecado del hombre. Dice Jesús en este evangelio: “Debido a la dureza del corazón de ustedes”. Jesús aprovecha la ocasión para enseñar cuál es el designio de Dios sobre el matrimonio: “Serán los dos una sola carne… lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”. Desafortunadamente, cuando no se quiere vivir el designio de Dios, tanto él como ella tienen la posibilidad de dejar a su pareja; pero, dice el evangelio, si se vuelven a casar cometen adulterio.
El designio de Dios es que en el matrimonio: “Serán los dos una sola cosa”, es decir se trata de un sacramento de unidad y lo reafirma Jesús diciendo: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre”. Esta unidad del matrimonio le llamamos indisoluble, es decir que se trata de un amor para toda la vida. Pero, para vivir lo anterior se necesita, por un lado, conocer el designio de Dios sobre el matrimonio y, por otro, poner los medios para que, con
la ayuda de Dios, esto sea posible. Por ejemplo, antes del matrimonio debe haber un verdadero noviazgo en el que la pareja se conozca suficientemente y madure su amor para poder vivirlo toda la vida en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad.
Después de su enseñanza sobre el matrimonio, fue muy oportuno que le hayan presentado a Jesús unos niños para que los tocara, pues los niños son fruto del matrimonio y el que recibe a un niño, recibe a Jesús (cfr. Mc 9, 36). Sin embargo, parece que los discípulos no sólo no han entendido el designio de Dios sobre el matrimonio, sino tampoco el designio de Dios sobre los niños, pues no dejaban que se acercaran a Jesús. Dios quiere bendecir el matrimonio, la familia y el fruto del amor de los esposos, es decir a los niños.
Por esto Jesús aprovechó para decir: “Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan, porque el Reino de Dios es de los que son como ellos. Les aseguro
que el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él”. Aquí Jesús dice que quiere mucho a los niños y que sus discípulos deben ser medio y no estorbo para que los niños vayan a él; también señala lo importante que es el Reino de Dios y que sólo entran en él los que se hacen, no niños, sino “como los niños”, es decir, por un lado, sencillos y dependientes de Dios y, por otro lado, maduros y no infantiles en la fe. En este sentido, los jóvenes que se casan por la Iglesia son como niños que piden la bendición de Dios para vivir unidos toda la vida.
Finalmente, los niños, como el matrimonio, necesitan la bendición de Dios. En este sentido el evangelio nos dice que Jesús: “Tomó en brazos a los niños y los bendijo imponiéndoles las manos”. Hermanos, busquemos la bendición de Dios y vivamos su designio sobre la familia. Dios quiere la unidad de la familia para toda la vida y que vivamos a favor de la familia, a favor de la vida y a favor de los niños. ¡Que así sea!

*Administrador Apostólico “Sede Vacante” de la Arquidiócesis de Xalapa.

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