¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?

Como hemos venido señalando en los domingos anteriores, Jesús va de camino a Jerusalén y, ahora, en el evangelio de este domingo, un hombre se acercó y le preguntó: “Maestro bueno ¿qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?” La respuesta de Jesús, dejando a un lado los mandamientos que se refieren a Dios, puso énfasis en los mandamientos que tienen relación con el prójimo: “No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no levantarás falso testimonio, no cometerás fraudes, honrarás a tu padre y a tu madre”.
La respuesta de aquel hombre: “Todo eso lo he cumplido desde muy joven” refleja que ciertamente él es un cumplidor, es alguien que se ha esforzado cumpliendo los mandamientos, pero cuando las cosas se hacen por cumplimiento, la misma palabra dice cumplo y miento. Antes que cumplir los mandamientos está el vivir los mandamientos y antes que vivir los mandamientos está Dios; antes “del qué debo hacer” está “el qué tengo que ser”, es decir hijo de Dios.
Ciertamente cumplir los mandamientos es parte del esfuerzo laborioso que el hombre ha de hacer para disponerse a la gracia, por eso: “Jesús lo miró con amor y le dijo: Sólo una cosa te falta: Ve y vende lo que tienes, da el dinero a los pobres y así tendrás un tesoro en los cielos. Después, ven y sígueme”. Jesús le invita a entrar en una relación más profunda donde los mandamientos quedan totalmente superados por una relación personal y vital en la que lo importante no es lo que tengo que hacer, sino lo que tengo que ser.
El encuentro con Jesús era un momento radical en la gracia que exigía un desapego total con los bienes materiales, cosa que aquel hombre no pudo hacer, pues: “Se entristeció y se fue apesadumbrado, porque tenía muchos bienes”. La actitud de este hombre es la de poseer todo en esta vida y todo en la otra, por eso se entristeció porque comprendió que para poseer todo en la vida eterna hay que desposeerse de todo en esta vida.
En la segunda parte de este evangelio, y como conclusión al encuentro con aquel hombre: “Jesús, mirando a su alrededor, dijo entonces a sus discípulos: ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!”. El evangelio dice que: “Los discípulos quedaron sorprendidos ante estas palabras”. Sin embargo, Jesús aclara: “¡Qué difícil es para los que confían en las riquezas!”. A pesar de esta aclaración: “Ellos se asombraron todavía más y comentaban entre sí: Entonces, ¿quién puede salvarse?”.
Los discípulos reconocen, con la explicación que les ha dado Jesús, el peligro que significan las riquezas, pues no es cuestión de cantidad, sino de confianza en ellas, por eso dicen: “Entonces, ¿quién puede salvarse?”. Nuevamente Jesús les aclara: “Es imposible para los hombres, mas no para Dios. Para Dios todo es posible”.
Finalmente, las palabras de Pedro confirman que, en el apego a las riquezas, no es cuestión de cantidad: “Señor, ya ves que nosotros lo hemos dejado todo para seguirte”, pero qué es ese todo que dejó Pedro si no era rico; sin embargo, dejó todo lo poco que tenía. Hermanos, preguntémonos qué es lo que necesitamos dejar para seguir a Cristo. Jesús prometió, a los que lo siguen, “en esta vida”, “el ciento por uno”, claro, “junto con persecuciones y en el otro mundo la vida eterna”. ¡Que así sea!

Administrador Apostólico de Xalapa

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