Escepticismo ante la ‘Iglesia sinodal’

Donde está Pedro, allí está la Iglesia. No hay vuelta de hoja en esto, lo que convierte al ‘sínodo de sínodos’, a nuestro entender, en un costoso e inútil ejercicio de relaciones públicas con un resultado prefijado.

Si, al final, el Papa dice A en materias de su competencia y ministerio y el resto de la jerarquía dice B, es A. Y en lo que respecta al pontífice reinante, tenemos ya una experiencia suficientemente larga para inferir que del sínodo saldrá exactamente lo que Francisco quiera que salga, así que toda la parafernalia sinodal, de la que no puede decirse de buena fe que esté galvanizando a los fieles católicos del mundo, se nos antoja un espectáculo de luz y sonido, un modo de vestir las reformas en las que Francisco está empeñado como el resultado de un clamor de las bases.
Porque, ese diálogo y esa escucha atenta a la que nos empuja el Santo Padre de continuo no parece haber cambiado un ápice al propio Papa en sus proyectos y visiones. Tanto así que se diría que debemos dialogar con los que tienen la visión idéntica a Su Santidad, y escuchar atentamente a quien ya sabemos lo que nos va a decir.
Los dos primeros sínodos sobre la familia dejaron meridianamente claro el esquema; cómo se planteaba un tema para aprobar algo distinto, y cómo nada valía hasta que saliera lo que estaba previsto de antemano.
De modo similar, el surrealista sínodo universal sobre la Amazonia –¿qué sentido puede tener un sínodo universal para tratar los problemas de una región apenas poblada?– produjo un documento final del que -afortunadamente- Su Santidad ignoró todas las propuestas revolucionarias de peso en su motu proprio postsinodal, Querida Amazonia.
Mientras sus inmediatos predecesores nombraban obispos y cardenales con cierto criterio de compensación, digamos, ‘ideológico’, Francisco parece haber hecho de la lealtad personal y sin tacha a su proyecto personal el único criterio de elección, movido por esa obsesión de hacer irreversibles sus reformas de las que a menudo hemos escrito.
Incluso la reacción de los obispos a la llamada sinodal está siendo una combinación de educada indiferencia y un seguidismo tan milimetrado hasta en las coletillas que parece hacer aún más inútil el propio sínodo. ¿Con quién dialogar, si todos van a decir lo mismo, si todos van a insistir en la Iglesia en salida, en la inclusión de los descartados, en la conversión ecológica y el cuidado de la Casa Común y todo lo que llevamos escuchando casi en exclusiva desde hace ya algunos años. Porque los obispos, sí, son sucesores de los Apóstoles, pero no son elegidos directamente por el Espíritu Santo, sino que su promoción o cese depende de la voluntad de un hombre, y un hombre de voluntad especialmente fuerte.

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