El evangelio de este domingo nos dice que: “Un ciego, llamado Bartimeo, se hallaba sentado al borde del camino pidiendo limosna”. Estaba a un lado y estaba sentado, es decir postrado y marginado.
Pero era un hombre de una gran fe. La prueba es que: “Al oír que el que pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”, y a pesar de que: “Lo reprendían para que se callara… él seguía gritando todavía más fuerte”. Como los niños que narra un poco antes san Marcos, muchos le impedían acercarse a Jesús.
Ya vimos anteriormente que un hombre rico detuvo a Jesús para preguntarle qué debía hacer para alcanzar la vida eterna; sin embargo, aquel hombre no pudo desprenderse de sus muchos bienes para seguir a Jesús (cfr. Mc 10, 22). Bartimeo, en cambio, sólo cuenta con un manto; sin embargo, se desprende de él. Cuando le dicen que Jesús lo llama: “Tiró su manto; de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús”.
Pedro tenía razón cuando dijo: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mc 10, 28), pues entre el todo de Pedro, que eran las redes, y el todo de Bartimeo, que era el manto, no hay mucha diferencia. Cualquier cosa, por poca que sea, nos puede impedir seguir a Jesús.
Notemos que, después de curarlo, Jesús no llamó a Bartimeo a seguirlo, sino que le dijo: “Vete, tu fe te ha salvado”. Sin embargo, cuando éste recobró la vista: “Comenzó a seguirlo por el camino”. Seguramente que Bartimeo sintió interiormente un llamado y respondió a él, incluso desobedeciendo, en apariencia, la orden que Jesús le había dado. El seguimiento a Jesús no consiste en el cumplimiento externo de los mandamientos, como dijo el joven rico que lo hacía desde su juventud, sino en la fidelidad a Dios, a la luz interior de la fe.
La figura de Bartimeo cuestiona a los mismos discípulos que, como Santiago y Juan, buscaban estar uno a la derecha y otro a la Izquierda. El hecho de que Jesús se detenga para dar la vista a un ciego que está al borde del camino y éste se ponga en movimiento detrás de él en el camino, es una forma de manifestar que Jesús está dispuesto a dar a sus propios discípulos la vista que necesitan para que lo sigan verdaderamente en el camino a Jerusalén.
En el camino a Jerusalén, Santiago y Juan habían pedido ser los primeros junto a Jesús. Bartimeo simplemente pide: “Maestro que pueda ver”. Pero gracias a que recuperó su vista, después se pone a seguir a Jesús. La sentencia de Jesús: “Muchos primeros serán últimos y los últimos primeros” (Mc 10, 31) se realiza al pie de la letra en Bartimeo. Él era de los últimos y ahora, siguiendo a Jesús, es de los primeros.
La situación de Bartimeo, que al principio estaba al lado del camino, pero a partir del encuentro con Jesús se puso a seguirlo, pone en el centro la figura de Bartimeo, como modelo de fe y seguimiento a Jesús. Desde el principio del relato, Bartimeo aparece como un creyente que proclama su fe en el hijo de David e implora su piedad. Su curación no parece ser la causa de su fe, sino la fe, la causa de su curación.
Bartimeo es modelo del discípulo suplicante que con decisión vence las dificultades, se levanta de su postración, pide su curación y no duda para ponerse en el camino de su Señor. Hermanos, como decía Jesús “Ve y haz tú lo mismo”. Pidamos, por tanto, a Jesús, la luz de la fe para que podamos ver quién es él y lo sigamos con decisión.
¡Que así sea!
*Administrador Apostólico de Xalapa