Se jugó la vida por la fe; hoy es santo: Guízar y Valencia.

De complexión robusta, tez morena clara y de aspecto cordial que inspiraba confianza, así se mostraba Mons. San Rafael Guízar, quien padeció de la persecución religiosa de la posrevolución.
En medio de las pugnas Estado-Iglesia en el siglo XX mexicano, hubo quienes defendieron la influencia y presencia de la religión católica más allá del movimiento cristero y durante distintos enfrentamientos entre ambas instituciones. Fue el caso de Rafael Guízar y Valencia, obispo de Veracruz y quien fuera canonizado en 2006.
Nació en Cotija, Michoacán, el 26 de abril de 1878, dentro de una familia acomodada dedicada al campo y al comercio. Fue el séptimo de once hermanos, de los cuales otros cuatro consagraron su vida a la fe. A pesar de que en 1890 ingresa junto con su hermano Antonio al Colegio San Estanislao, que en realidad era un noviciado de la Compañía de Jesús, no sería hasta 1896 cuando entra al seminario mayor de Zamora para iniciar su preparación para el sacerdocio.
En junio de 1901 se ordena sacerdote en el templo de San Francisco en Zamora. Desde el inicio de su vida ministerial se inclina hacia las misiones y, dado que tenía un don de gentes, se gana el apodo del “padrecito mueve-corazones”. En junio de 1903 funda una congregación de sacerdotes misioneros bajo el nombre de Nuestra Señora de la Esperanza, la cual sería suspendida de manera permanente en 1910.


La estabilidad en la vida sacerdotal de Rafael Guízar y Valencia se ve interrumpida con el estallido de la Revolución mexicana. Nunca volvería a gozar de tanta paz como antes de esta etapa. En mayo de 1911 los maderistas toman a balazos Zamora y la gente sale huyendo. Con el fin de evitar mayores percances, el presidente municipal designa al padre Rafael y a otro canónigo para actuar como mediadores ante los revolucionarios.
Más tarde, el arzobispo primado de México, don José Mora y del Río, nombra a Guízar y Valencia como uno de los recaudadores de donativos para instalar una tipografía con rotativa con la finalidad de publicar el diario La Nación, órgano del Partido Católico Nacional. Uno de sus objetivos sería defender a la Iglesia católica. Rafael viaja por todo el país haciendo su colecta y su aportación permite juntar lo suficiente para comprar la máquina e iniciar los trabajos.
Perseguido a muerte, vivió durante varios años sin domicilio fijo, pasando toda especie de privaciones y peligros. Para poder ejercer su ministerio, se disfrazaba de vendedor de baratijas, de músico, de médico homeópata. Podía así acercarse a los enfermos, consolarlos, administrarles los sacramentos y asistir a los moribundos.
En 1912 lo nombran canónigo de la catedral de Zamora, pero debido a las condiciones políticas no le es posible viajar hacia Michoacán y se queda errante en Ciudad de México. Le toca vivir la Decena Trágica, en febrero de 1913, y disfrazado de catrín da auxilio a los heridos y moribundos.
Guízar y Valencia se mantuvo en el exilio por cuatro años. Se encontraba en misión en Cuba en 1919 cuando se le notifica que el papa Benedicto XV lo había elegido como el nuevo obispo para la diócesis de Veracruz. Llegaría a estas tierras en enero de 1920, cinco meses después de haber sido nombrado.
Álvaro Obregón llega a la presidencia también en 1920. Es laxo en cuanto al cumplimiento de las leyes que aplicaban a la religión. Los católicos aprovechan este momento para reorganizarse en lo social siguiendo los lineamientos de la encíclica Rerum Novarum.
La Guerra Cristera
El presidente Plutarco Elías Calles (1924-1928) llega al gobierno y expide dos nuevas leyes para hacer valer lo estipulado en la Constitución en torno a lo religioso. Esto dio pie a la expulsión de sacerdotes extranjeros, el cierre de escuelas particulares, asilos y hospitales, persecución de la prensa opositora y regulación de la concentración de curas.
La Iglesia responde con una huelga de culto público a partir del 31 de julio de 1926. Los católicos, al ver los templos cerrados, empiezan a organizarse por su parte. Al principio es de manera pacífica por medio de comunicados liderados por la Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa. Al no obtener los resultados deseados, se levantan en armas, sobre todo en la región centro y occidente de México, dando inicio al encuentro sangriento con el Estado conocido como la Guerra Cristera.
Guízar y Valencia no se une a la lucha armada y se va a Ciudad de México con algunos de sus seminaristas. Encarga a los sacerdotes de la diócesis que sigan con sus labores desde el anonimato. Establece trescientos centros en los que se guarda la eucaristía para culto de los fieles y donde ellos pueden comulgar de su propia mano.
La policía se da a la búsqueda del obispo de Veracruz sin poderlo encontrar. Recurren a la tortura de su sobrino y después lo sueltan para que vaya a avisar a su tío que, si no se entrega, lo van a fusilar a él como represalia. También amenazan a su hermano Prudencio: si no se entrega Rafael lo encarcelarían con su esposa e hijas. El religioso decide entonces entregarse al secretario de Gobernación callista, Adalberto Tejeda.
Teniendo ante sí las opciones de “encierro, destierro o entierro”, Rafael opta por el destierro. El 23 de mayo de 1927 sale al exilio de nuevo y se marcha en misión por Estados Unidos, Cuba y Colombia.
Luego de los arreglos entre el gobierno y la jerarquía católica, el 21 de junio de 1929 el recién llegado a la presidencia Emilio Portes Gil, con el apoyo del embajador de Estados Unidos, Dwight Morrow, quien funge como negociador, y por parte de la Iglesia Leopoldo Ruiz Flores, presidente del comité episcopal, y Pascual Díaz, obispo de Tabasco y después arzobispo de México, firmaron el final del conflicto. Se garantiza la amnistía a los combatientes, así como la restitución de las iglesias y presbiterios. Con esto se reanuda el culto inmediatamente.


Murió el 6 de junio de 1938, en la hoy Ciudad de México. Al día siguiente fueron trasladados sus restos mortales a Jalapa. El cortejo fúnebre fue un verdadero triunfo: todos querían ver por última vez al «santo Obispo Guízar».
Fue beatificado por S. S. Juan Pablo II el 29 de enero de 1995 en la Basílica de San Pedro. El pasado 28 de abril de 2006 el Santo Padre Benedicto XVI ordenó que se promulgara el Decreto «super miraculo » para proceder a la canonización. Es el primer obispo de Latinoamérica canonizado.
Sepultado en la catedral de Jalapa, su sepulcro es meta de peregrinación de miles de peregrinos que piden su intercesión.

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