Rusia gana la Copa Davis, ya solo queda que alguien se entere

El objetivo era salvar la Copa Davis. Ni más ni menos. Lo que no estaba claro era salvarla de qué.
El debate en torno a la competición inventada en 1900 lleva sobre la mesa al menos cuatro o cinco décadas, prácticamente desde que el tenis se profesionalizó por completo en los años setenta.
Ya por entonces se hablaba de decadencia, de necesidad de cambio de formato, de trasladarlo todo a una única sede para hacerla sobrevivir… Se repetía todo el rato: “Es que no juega Connors, es que no juega Borg, es que es mucha exigencia para muy poco premio…”.
La única diferencia entre la edición de 2018 y, pongamos, la de 1988, es que el propio estado del tenis ha cambiado radicalmente. Si durante casi quince años, tres jugadores dominan todo el circuito, cualquier competición dependerá de que a esos tres jugadores les apetezca jugarla… y sabemos que no siempre ha sido así.
Tanto Federer como Nadal como Djokovic se han saltado bastantes eliminatorias debido a lesiones, descansos o intereses de otro tipo. Aun así, la Davis de antes contaba siempre con un atractivo intrínseco: el factor campo. Mientras hubiera factor campo, tenías al menos una hinchada y unos medios de comunicación movilizados. Eso, que se repitió en 2019 en Madrid, no ha pasado este año.
La idea de Piqué era llevar la Davis a unas fechas sin competencia con otros deportes y reunir a los mejores del mundo, que ya no tendrían que reservar cuatro fines de semana de su calendario sino que tendrían bastante con unos diez días. Esa era la promesa: menos tiempo y más intensidad. Mayor atención de los medios, en consecuencia, y dinero sobre o bajo la mesa para que todos estén ahí.
Llevamos solo dos ediciones y no tiene pinta de que la cosa haya funcionado. De entrada, este año, ha faltado la mitad del top 20, no ha habido grandes enfrentamientos entre grandes figuras -el partido decisivo fue un Medvedev-Cilic- y la expectación mediática ha sido muy limitada.
Durante décadas, la Copa Davis tiró adelante con la expectación y el dinero de los medios estadounidenses y australianos. No es culpa de nadie que EEUU y Australia estén pasando por un momento aciago tenísticamente hablando, pero sí es cierto que llevar a sus equipos a jugar a Madrid o a la sede que corresponda, es matar mediáticamente el torneo en esos países y reforzar la idea de que el tenis es algo estrictamente europeo -las cuatro sedes estaban en Europa, por supuesto-. Quizá esto haya sido un error, quizá lo que tenía la Davis era precisamente la variedad: el grupo sudamericano, el grupo africano, el grupo europeo… El atractivo de que te venga Rusia a jugar -y alguna estrella caía siempre- a Canadá o a Paraguay o a Kazajistán.
Supongo que podríamos prescindir de la épica de los cinco sets, de los fines de semana dedicados a una sola eliminatoria de cinco partidos y de la afición volcada con su país, a cambio de un producto exquisito desde el punto de vista del juego… y muy rentable económicamente. Lo primero, ya hemos visto que no se ha dado: los jugadores están agotados después de todo un año compitiendo, muchos de ellos están intentando recuperarse de molestias y otros, directamente, están preparando el año que viene. No sé qué sentido tiene que la Copa Davis acabe un 5 de diciembre y la ATP Cup empiece el 1 de enero. Vale que eso ya pasaba antes… pero por entonces la final de la Copa Davis la jugaban dos equipos, no dieciséis.
En cuanto a la rentabilidad económica, nos faltan datos. Podemos ir hablando de lo que sabemos. Pese a no tener casi competencia -unas horas de Fórmula Uno, las ligas de fútbol locales-, no se ha percibido un gran interés mediático alrededor de la Copa Davis. Fuera de Europa, prácticamente la competición no existe. En la propia España, la agitación duró lo que tardaron los anfitriones en perder el dobles contra Rusia y caer eliminados. Desde entonces, sabemos que se ha estado jugando, pero, más allá de los aficionados que han ido al Madrid Arena y los numerosos invitados que han llenado los palcos, poco se ha hablado del tema. La vida sin Nadal ni Alcaraz es muy dura.
Más allá del indicativo desaire mediático, el hecho de que la competición vaya a cambiar de formato, vuelva a una sede única… y todo apunte a que esa sede será Abu Dhabi es bastante revelador. Si necesitas irte a un país sin ninguna tradición tenística y que solo quiere blanquear su imagen es porque necesitas el dinero como sea. Abu Dhabi, suponemos, pagará bien. A Kosmos, a Rakuten y a quien haga falta. Al fin y al cabo, el año que viene estarán compitiendo con el Mundial de fútbol en su vecino Qatar. La hormiga y el elefante.
Arrinconada en Oriente Medio, rodeada de desierto y con los medios a otra cosa, todo el dinero que ponga el jeque de turno será muy bien recibido. Puede, incluso, que ya la competición se quede ahí porque no haya otras sedes con el más mínimo interés. Puede, cosas más raras se han visto, que una vez tocado el fondo, el torneo se revitalice, aparezcan más estrellas mediáticas, se encuentre un formato atractivo, competitivo y que respete mínimamente la tradición, y consigan, efectivamente, salvar la Copa Davis. Ahora bien, cuando un torneo basa su idiosincrasia en dos conceptos: la resistencia y el factor campo, y te cargas las dos, igual lo que acabas reflotando es cualquier otra cosa. El Masters 1000 Abu Dhabi, por ejemplo. O vaya usted a saber.

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