En este domingo celebramos el bautismo del Señor Jesús y con esta fiesta se termina este tiempo de Navidad que hemos estado viviendo. Hay que recordar que la fiesta de la Epifanía o manifestación del Señor comprendía, en los primeros tiempos de la Iglesia, la venida de los Magos, las Bodas de Caná y el Bautismo del Señor porque en estos tres momentos de la vida de Jesús se manifestó como el Mesías esperado y como el Hijo de Dios.
Pues bien, el evangelio de san Lucas dice hoy que: “El pueblo estaba en expectación”, es decir que todos esperaban la venida del Mesías anunciado en el Antiguo Testamento y, por otro lado, había varios personajes que parecían ser el Mesías. Por eso dice el evangelio que: “Todos pensaban que quizá Juan el Bautista era el Mesías”. Sin embargo: “Juan los sacó de dudas, diciéndoles: Es cierto que yo bautizo con agua, pero ya viene otro más poderoso que yo… Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego”.
Con estas palabras Juan distingue su persona y ministerio de la persona y ministerio de Jesús. Tres son las diferencias: “Yo bautizo… el bautizará”; yo, “con agua”. Él, “con el Espíritu Santo y con fuego”; y, “él es más poderoso que yo”. Así pues, la acción de Juan está en el presente, la de Jesús en el futuro inmediato; Juan bautiza sólo con agua, Jesús, lo hará con el Espíritu Santo y con fuego y con todo su poder salvador de hacernos hijos de Dios en él.
San Gregorio Nacianceno decía que Jesús acude a Juan: “Posiblemente para santificar al mismo que lo bautiza; con toda seguridad para sepultar en el agua al viejo Adán; antes de nosotros y por nosotros, el que era espíritu y carne santifica el Jordán, para así iniciarnos por el Espíritu y el agua en los sagrados misterios”, es decir en los sacramentos, especialmente en el bautismo.
Por lo anterior, si como dice el evangelio, Jesús es el que iba a bautizar con el Espíritu Santo, primero tenía que recibirlo, no porque no lo tuviera, sino porque tenía que manifestarse como el donador del Espíritu santificador. En efecto, el Espíritu Santo moraba en Jesús como en su propia casa desde que fue concebido en el vientre de la Santísima Virgen María, por obra del Espíritu Santo. Ahora viene de nuevo sobre él para confirmarlo como el Mesías, como el Hijo amado de Dios.
Finalmente, el evangelio nos dice que “Entre la gente que se bautizaba, también Jesús fue bautizado. Mientras éste oraba, se abrió el cielo y el espíritu Santo bajó sobre él en forma sensible, como de una paloma, y del cielo llegó una voz que decía: Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”. Aquí se dicen cuatro cosas, a saber: 1) mientras Jesús oraba, 2) se abrió el cielo, 3) bajó el Espíritu y 4) se oyó una voz.
Estas palabras, que hablan del bautismo de Jesús, son una descripción de nuestro bautismo, pues cuando venimos a ser bautizados lo hacemos en oración y se abre el cielo para nosotros y, aunque no lo veamos, el Espíritu Santo viene sobre nosotros para hacernos hijos de Dios. También, aunque no escuchemos la voz, en el momento de ser bautizados, Dios dice de cada uno de nosotros: “Tú eres mi Hijo, el predilecto; en ti me complazco”. Hermanos, demos gracias a Dios por hacernos hijos suyos. ¡Que así sea!
- Administrador Apostólico de Xalapa.