Jesucristo siempre nos sorprende

Muy pronto en nuestro itinerario cuaresmal aparece la luz y la gloria de Jesús. Cuánta bondad de parte del Señor que una vez iniciado este tiempo de gracia ve nuestra debilidad y las fatigas del camino para inundarnos de su gloria y cubrirnos con su luz, de tal forma que reafirmemos nuestro propósito de conversión.
Hemos comenzado este tiempo penitencial reconociendo nuestro pecado y buscando un cambio sincero. Pero inmediatamente sentimos la dificultad para mantenernos fieles en este camino, al enfrentar las tentaciones del enemigo.
Sin que nosotros lo exijamos, y de manera sorpresiva, se manifiesta el Señor con toda su gloria. Todos podemos recordar momentos de nuestra vida cristiana cargados de esta emoción e intensidad al sentir la presencia de Dios. Nos toca, por eso, mantenernos a su lado, aferrarnos a este camino y nunca separarnos de Él, aunque haya momentos que no comprendamos totalmente.
Los que estamos habituados a la liturgia de la Iglesia ya esperamos en el segundo domingo de cuaresma el evangelio de la transfiguración. Pero no solo lo esperamos en la liturgia, sino también en la vida: esperamos ver su gloria.
Cuánto esperamos -podríamos decirlo así- un pedacito de cielo, cuánto lo añoramos. No porque en este caso caigamos en la tentación de huida o de comodidad, renegando de la cruz de Cristo. No significa una huida de nuestras responsabilidades y de nuestro compromiso.
Hemos aceptado a Jesús y tenemos bien presentes sus enseñanzas, así como su invitación a seguirlo cargando la cruz de cada día. Sin embargo, nos damos cuenta que necesitamos sentirnos cobijados por la gloria de Dios.
Cada quien lo puede expresar con sus propias palabras, como Pedro en el Monte Tabor: “qué bien estamos aquí”, “hagamos tres tiendas”. Cada quien con sus propias palabras quisiera expresar esa alegría y gratitud que no deseamos que se acabe, cuando Dios se manifiesta, cuando su gloria nos va cubriendo también a nosotros en la vida.
Cuando nos expresamos de esta forma delante del Señor no pretendemos que la vida sea siempre así. No le exigimos a Dios que siempre haya milagros y manifestaciones extraordinarias. Pero sí le expresamos nuestra gran necesidad de sentirnos asistidos, que su luz nos alcance por lo menos un instante para que nada nos haga retroceder.
Para los apóstoles el seguimiento de Jesús se iba convirtiendo en una experiencia llena de vitalidad y de sorpresas. Nunca terminaban de conocer a Jesús, les resultaba cada vez completamente novedoso, asomando paulatinamente su divinidad.


Por lo tanto, para ser fieles y lograr la perseverancia hasta el final es necesario buscar siempre al Señor en la oración, y estar abiertos a que nos sorprenda. Tenemos que llegar a experimentar el misterio que siempre rodea a Jesús, su santidad, belleza y novedad. Se trata de caer en la cuenta de que Jesús siempre tiene algo más que ofrecernos, siempre nos revela su novedad, especialmente cuando nos cansamos y dudamos.
Teófanes de Ceramea, monje del siglo XII, lo explica de esta manera en su Homilía sobre la Transfiguración:
“Así, cuando le verán traicionado, agonizando, orando para que pase de Él el cáliz de la muerte y llevado al patio del sumo sacerdote, se acordarán de la subida al Tabor y comprenderán que es Él mismo quien se ha entregado a la muerte… Cuando verán los golpes y salivazos en su rostro, no se escandalizarán, sino que se acordarán de su resplandor más brillante que el sol. Cuando lo verán burlado, vestido de manto de púrpura, se acordarán que a este mismo Jesús lo habían visto en el monte vestido de luz. Cuando le verán sobre el instrumento de suplicio, entre dos malhechores, sabrán que se manifestó entre Moisés y Elías como a su Señor. Cuando lo verán sepultado en tierra como a un muerto, pensarán en la nube luminosa que le recubrió”.
Al acercarse el momento de tu Pasión quisiste, Señor, fortalecer la fe de tus apóstoles. Acuérdate también de nosotros y muéstranos tu gloria en el momento de la prueba y el sufrimiento, para seguir nuestro camino del Tabor al Calvario, ya que reconocemos tu gloria en la luz, pero también en la cruz.
*Arzobispo de Xalapa.

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