Descubrir a Jesucristo vivo

En los domingos de pascua, María Magdalena, los discípulos de Emaús y más tarde el apóstol Tomás experimentan a Cristo Resucitado. En esta ocasión son Juan y Pedro los que, a través de su testimonio y de su experiencia, nos hacen contemplar una vez más a Cristo vivo, que se aparece junto al Lago de Tiberíades.
La constante sigue siendo la misma. El Señor se presenta de manera tan sencilla que hasta en los días de su resurrección debemos valorar las implicaciones del misterio de la encarnación.
Lo confundieron con un labrador, con un forastero y aunque lo tenían enfrente, incluso comiendo con ellos, no se atrevían a preguntarle quién era, porque había una intuición, sabían que era Él.
Otra vez en la madrugada Jesús se aparece a los apóstoles que no habían pescado nada. La indicación que Jesús les da desde la orilla, a pesar de que todavía no lo habían reconocido, se conjuga con la obediencia de los apóstoles que arrojando otra vez las redes consiguen una pesca abundante.
Este marco tan humano y sorprendente, donde vuelven aparecer los signos pascuales, aumenta la tensión para entender la emoción que sintió el apóstol San Juan cuando después de caer en la cuenta de estos signos, se le abrieron los ojos y con mucha alegría gritó: “Es el Señor”.
Tomás, al punto de la emoción, había dicho en un encuentro anterior, cayendo de rodillas: “Señor mío y Dios mío”. El discípulo amado, ahora, reconoce con emoción al Señor, cuyo grito provoca el gozo de sus compañeros que se olvidan de la pesca que habían conseguido, para alcanzar inmediatamente al Señor que los espera en la orilla. No deja de sorprenderlos con detalles humanos y reveladores de su bondad, al estar preparando la comida para ellos. Pedro llegó primero, habiéndose arrojado al agua con una determinación única, en cuanto Juan lo reconoció.


Juan es muy intuitivo para encontrar a Jesús en los acontecimientos que marcan su vida, como se demostrará en sus cartas y en el libro del Apocalipsis, animando a los cristianos a perseverar y no dejar de confiar en el Señor, en medio de las dificultades y persecuciones que enfrentaban.
Esta es la cualidad que tenemos que desarrollar los seguidores de Cristo, especialmente delante de los acontecimientos más difíciles de la vida.
El Señor se apareció a sus discípulos afuera del sepulcro, en el camino a Emaús, en el cenáculo y ahora en el Lago de Tiberíades.
El Señor vivo y resucitado se sigue manifestando en medio de su pueblo. Porque cuando no se consigue nada, cuando todo parece estar perdido en nuestra existencia, tenemos que desarrollar esta intuición que da la fe para percatarnos de la presencia del Señor, que se acerca a nosotros cuando con nuestros esfuerzos no hemos conseguido nada. En las situaciones más complicadas tendremos que esforzarnos para darnos cuenta de los signos pascuales que confirman la presencia de Jesucristo. No podemos dejar de reconocer y señalar incluso con emoción y esperanza esos signos pascuales que confirman que “ahí está Jesús”. Cuando vemos a personas que con mucha paciencia y delicadeza atienden a los enfermos, uno puede decir: “Es el Señor, ahí está presente Cristo Jesús”. Cuando una persona, que después de muchas resistencias y estar cerrado a la gracia de Dios, de repente perdona de corazón y acepta a Dios, uno puede decir: “Es el Señor”. Cuando alguien trabaja por la paz, la unidad y la justicia, a pesar de las incomprensiones y persecuciones, uno puede decir: “Es el Señor”. Él Se hace presente cada vez que engendramos vida nueva y cada vez que experimentamos la paz, que es uno de los frutos de la pascua.
Como María Magdalena reconoció al Señor cuando dijo su nombre, Juan lo reconoce por su intuición amorosa y al constatar los signos pascuales.
Esa intuición debemos desarrollar para reconocer cómo Dios nos habla y se manifiesta cada día.
Con María, todos discípulos y misioneros de Jesucristo!

*Arzobispo de Xalapa

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