Escuela Rébsamen evoca un ayer inolvidable

Una mañana de mayo de hace casi tres décadas, fui a la escuela Enrique C. Rébsamen a la hora del recreo, por invitación gentil de una profesora de grupo de segundo año que me platicó la existencia de una gruesa libreta, donde se encuentran nombres y retratos de los alumnos que han pasado por las aulas de ese centro escolar. La visita me era obligada, no podía perderme ese recuerdo y fui a disfrutar de esa maravillosa experiencia.
Pasé hoja por hoja de la generación 1947-1952 al siguiente año me fui de esta ciudad para volver muchos años después, las imágenes de un par de años no existen, pero las fotografías de cuatro años fueron suficientes para remontarme a los años 47 a 52 del siglo pasado, en plena post guerra mundial. Busqué caras conocidas entre treinta y cinco chiquillos de aquella época.
Fotografías tamaño mignon pegadas, cuidadosamente alineadas, con el nombre del alumno, rostros infantiles, amarillentos por el paso del tiempo. Al empezar cada generación, hay una réplica del certificado de educación primaria, con el texto como se estilaba: escrito con clara y caracoleada letra tipo Palmer, que denota el cuidado y paciencia del autor.


Los rostros me remontaron a aquellos tiempos, muchos olvidados volvieron a mí, algunos han muerto, otros no sé dónde estarán y algunos los he vuelto a ver aquí en Xalapa, con su fisonomía moldeada por el paso de los años.
Me encontré con caras y nombres que me trajeron gratos recuerdos. Aunque con muchos de ellos no llevé amistad cercana, con otros sí compartí cálidos momentos de juegos y camaradería infantil. Todos los rostros evocados me hicieron revivir los momentos en esa inolvidable escuela.
Volví a recordar el añejo edificio tal como era entonces. Su amplia entrada, seguida por un jardincito en cuyo centro estaba la estatua del insigne maestro suizo Enrique Conrado Rébsamen. Enseguida, a la izquierda, las modestas oficinas de las autoridades escolares, el director era el profesor Díaz Bello, imponente con su gran barriga y melena hirsuta.
El subdirector, profesor Fontecilla, recordado por paciente y bondadoso. Enfrente estaba un jardín de niños de donde brotaban las notas de vetusto piano tocado por una guapa maestra, cuyo nombre no recuerdo pero que muchos xalapeños no olvidan, creo recordar le decían Charito.
El patio, inmensa explanada circundada por pasillos donde se abrían las puertas de los salones, cuatro araucarias, añejos árboles simétricamente plantados en el centro y la vieja campana de inconfundible sonido. En el segundo piso estaban los salones de “los grandes”, como les decíamos a los de quinto y sexto año.
El patio inolvidable nos vio ejecutar bailables, dirigidos por una bellísima dama cuya imagen recuerdo tal como era entonces; la profesora Alicia Caballero. En aquella época se veía tan hermosa como María Félix; quien la conoció sabrá que no estoy lejos de la verdad.
El profesor Ángel Ramírez Marín, profesor de los de antes, enérgico, bondadoso y paciente, a los alumnos de segundo año nos llevaba un día a la semana, marchando con prestancia, al centro del patio donde esperaba don Juan Lomán, maestro de música, fundador de la Orquesta Sinfónica de Xalapa, alumno de don Julián Carrillo y el enorme violinista Juan Rocabruna.
Las clases de música nos dejaron recuerdos imborrables, la entonación del Himno Nacional completito y cantado a todo pulmón por aquel grupo de chiquillos; si nos faltaba entonación, nos sobraba devoción hacia el himno y el maestro, resultaba un nutrido coro de voces infantiles que aún suena en nuestra memoria.


Muchos nombres, rostros e incidentes casi olvidados vi en ese libro; multitud de recuerdos se agolparon en mi mente. Algunos de aquellos chamacos hoy son personas connotadas en la política, la ciencia y el arte. Ahí vi al doctor Federico Roesch, eminente cirujano gastroenterólogo que hoy radica en Veracruz; a Rogelio Pensado, en cuya casa, frente a Los Berros, disfrutamos correrías infantiles en el solariego y enorme patio trasero; a Helio Flores, actualmente famoso caricaturista de un periódico de la capital de la república, y que competimos en “carreras” en la pista del Estadio xalapeño, hoy son profesionistas, empleados, artesanos; todos honestos.
Volví a ver a queridos amigos, algunos ya desaparecidos; a los “cuates” Pedro y Próspero Cabañas, ambos profesionistas respetables; a Felipe Rechy, hijo de un eminente médico del Xalapa de los años cincuenta; a un muchachito muy estudioso, Fernando Cabrera, que años después fue cartero, cuando aún se entregaban las misivas de casa en casa por toda la ciudad. También ahí aparecen las efigies de Juan Flores, ginecólogo reconocido e inolvidable amigo; del Doctor en derecho Francisco Berlín Valenzuela, académico de amplia trayectoria política; de mi querido amigo licenciado Antonio Limón Alonso, ícono del notario xalapeño, Miguel Lajud de conocida familia de éxito empresarial, y el doctor Arturo Jaramillo Palomino, reconocido otorrinolaringólogo.


Al recorrer esas páginas volví a vivir una época preciosa de mi infancia: la escuela primaria, en la Rébsamen, recinto del saber, donde se gestaron camaradería y muchos recuerdos anidados en el corazón de xalapeños de los años cincuenta. Hoy me permití recrear este texto porque en estos días se cumplieron años de aquella mañana cuando visité a mi querida escuela y porque circunstancialmente hace unas semanas, reencontré a dos condiscípulos de abolengo xalapeño. Platiqué largamente con cada uno, en diferentes días, recordamos años de niñez, inocencia y felicidad. Los tres disfrutamos de ya varias respetables décadas en nuestro haber, gozamos calurosamente ese reencuentro.
Nos informamos mutuamente de aquello compañeritos escolares que ya se han ido de esta vida. De algunos ya lo sabíamos; de otros nos lo comunicamos y a pesar de mucho tiempo de no verlos, la consternación pinceló momentos de nuestra plática. Por eso me pareció necesario regresar a este texto de añoranza recreativa de nuestra niñez y de aquel Xalapa que no volverá.
Si usted estuvo en la Rébsamen, vaya y solicite a las autoridades le permitan ver ese vetusto álbum lleno de recuerdos, quizá aún exista, revisarlo sería un sorbo de agua fresca en la inmensidad de este, a veces, árido valle llamado vida.
hsilva_mendoza@hotmail.com

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