Agradecidos y enviados

Cuántos sentimientos, convicciones y enseñanzas quedaban en el corazón de los apóstoles, mientras veían a Jesucristo ascender a los cielos. Como toda despedida, seguramente se trató de un momento marcado por la nostalgia. Pero habían sido acompañados y habían recibido tanto del Señor, que aguardaban también este acontecimiento de glorificación.
Al celebrar este día la solemnidad de la Ascensión quedan también en nosotros tantos sentimientos y enseñanzas, al reconocer y agradecer todo este caminar en la fe y el acompañamiento espiritual que el Señor Jesús ha ofrecido a su Iglesia durante este tiempo de pascua, que estamos por concluir.
Por eso, al contemplar ahora al Señor Jesús que llega al culmen de su vida y de su misión, además de dar las gracias por tanto amor, sentimos la necesidad de exclamar al mismo tiempo: ¡Qué hermosa vida de Nuestro Señor Jesucristo! Todo lo hizo bien, nos amó hasta el extremo, entregó su vida por nosotros, nos envió al Espíritu Santo y nos dejó la Iglesia.
Ha sido asombroso lo que ha hecho, lo que ha enseñado y lo que ha logrado por la humanidad, que no dejamos de maravillarnos y conmovernos por esta vida tan hermosa que es fuente de inspiración y bendición para nosotros que hemos recibido la misión de anunciar su evangelio por todos los rincones del mundo.
Así como nos conmovemos por la vida y obra de Nuestro Salvador, en la recta final de este tiempo de pascua, también queda en nuestros corazones un sentimiento de admiración y de gratitud por la Iglesia, pues ha sido un tiempo en el que nos hemos encontrado con la belleza de la Iglesia, en la medida que meditamos en el libro de los Hechos de los apóstoles.
Hemos aprendido a valorar más a la Iglesia al remontarnos a sus orígenes y al conmovernos con la vida de los discípulos y de las primeras comunidades cristianas. Nos hemos sentido atrapados e inspirados por su testimonio y valentía, lo cual nos hace confiar y comprometernos delante de los retos que actualmente enfrentamos como Iglesia.
Ha sido hermoso encontrarse con el misterio de la Iglesia. Es importante confesarlo de esta manera porque nos hace falta valorarla, defenderla y sentirnos parte de ella, por lo que no debemos dejar de ver su belleza y su misterio.
Al meditar en los orígenes de la Iglesia resurge la alegría y la esperanza al reconocernos herederos de la grandeza, del testimonio, de la entrega y de la valentía de los primeros cristianos que habían recibido al Espíritu Santo, conforme a la promesa que había hecho Nuestro Señor Jesucristo.


No sólo ha sido un tiempo para asomarnos y sentirnos orgullosos de la Iglesia de los orígenes, sino que también hemos podido reconocer y agradecer la presencia de Nuestro Señor en la vitalidad, devoción, entrega y compromiso de nuestras comunidades cristianas.
Por supuesto, seguimos en camino de conversión, pero el Espíritu Santo hace posible que las comunidades cristianas se muestren activas y creativas delante de tantos desafíos y que no dejen de girar en la fracción del pan, para que siempre nos preocupemos por compartir el pan con los hermanos más necesitados.
Por eso le pedimos al Señor que nos contagiemos del testimonio de los primeros cristianos para que lleguemos a vivir cada vez más como Iglesia, por los caminos de la sinodalidad que ahora nos indican nuestros obispos. Que se llegue a ver también entre nosotros su santidad, para que el hombre de nuestro tiempo perciba a la Iglesia como una madre que consuela en el dolor, que acompaña el caminar de este mundo, que sale al encuentro de sus hijos y que los alimenta con el pan de la palabra, a fin de que volvamos a sentir que nos pertenecemos unos a otros.
En este marco de la fiesta de la Ascensión, al sentirnos enviados, como los apóstoles, para llevar el evangelio a todos los pueblos, reconocemos que no somos enviados a nuestra suerte, sino que se nos promete el don del Espíritu Santo. No vamos por nuestra cuenta, sino que somos enviados, por lo que recibiremos la fuerza de lo alto. El Espíritu Santo nos recordará todas las cosas que nos dijo Jesús para anunciar y compartir a este mundo.

  • Arzobispo de Xalapa

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