La vida detenida

¿Cuál es el secreto de los camarones? ¿Por qué otorgan tanta felicidad? ¿Por qué nos encantan al mojo de ajo, en coctel, empanizados con coco, a la diabla, en taco llamado Gobernador, en aguachile, en sushi y para pelar?
Porque nos recuerdan el bienestar de la playa, porque somos beneficiarios del fantasioso erotismo tan cacareado de los mariscos, porque nos motivan al arte perfecto de la gula, porque no sabe a pollo ni a vaca sino a un rico argumento del manjar esencial que nos civiliza, porque son una ventana del mar que nos acompaña en la precariedad existencial de la tierra firme, porque su coraza es la envoltura de un dulce que deja en nuestros dedos el grato olor al pecado y sus travesuras.


El caldo de camarón, para mí, es un materno e insuperable platillo, hecho con dos ingredientes secretos que no aparecen en ninguna receta de cocina: amor y ternura.
El coctel nos recuerda que el camarón es sólo un ermitaño artilugio de la delicia si no se acompaña de su aguacate, su aceite de oliva, su cilantro picado, su cátsup, su valentina o su tabasco, sus gotas de limón y sus galletas saladas.
Yo hago unos camarones a la Jack London con queso y chile chipotle, de rechupete. Y otros a la vinagreta, acompañados de trocitos de mango, que también.
El camarón, lo tengo muy claro, es una filosofía precisa de que lo nuestro es saborear la vida antes de que se nos escape.

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