El presidente… fuera de la realidad

La muerte del Gallo y el Morita, los dos padres de la Compañía de Jesús, misioneros en Chihuahua, suscitó una ola de indignación que dio la vuelta al mundo y, de nuevo, provocó las más variadas discusiones acerca de la estrategia de seguridad que el gobierno de la República lleva en el país.
Estos asesinatos se sumaron al de los miles, enlutando no sólo a una comunidad, sino a la Iglesia católica y a una orden religiosa con una profunda tradición cuya opción preferencial por los pobres ha instaurado una forma de vida para ir a las fronteras, a donde nadie quiere ir, la opción evangélica de llegar a los que menos tienen e inculturar el evangelio hasta dar todo, incluso si la vida va de por medio.
Sin embargo, no menos emblemático es el momento en el cual se dieron estos crímenes. La demencial violencia alcanza niveles inauditos que ya no permiten ni siquiera más expresiones de condena. Las palabras parecen huecas cuando se clama por justicia, cuando miles de hogares están viviendo perpetuo calvario al cual más y más se suman cada día.
Citar cifras ya no es suficiente, los pretextos abundan y las culpas siempre son colgadas al pasado mientras en el presente, la política es la misma a la de Pilatos, lavarse las manos. Sacudirse la responsabilidad y tildar a todos de hipócritas ha sido el mejor remedio para evadir una deuda que está cargada de sangre e impunidad. Nadie, en su sano juicio, tendría razones para culpar a otros, mientras el país está en vías del descarrilamiento, a punto de quebrarse y ser fallido.
Lo de los jesuitas no es circunstancial, no es el desafortunado caso de estar “en el momento y lugar equivocados”. El presidente de la República descalifica a quien esté en contra de una política fallida de seguridad de una manera simplona y rasera.
Como mencionó en una de sus conferencias matutinas, el uso de la fuerza es recurso “autoritario y fascista” aderezándolo con un argumento que ofende la memoria de los miles de muertos e irrita a quienes han perdido a un ser querido a causa de esos “seres humanos buenos” que han empuñado un arma para acabar con el prójimo: “Nosotros sostenemos que el ser humano no es malo por naturaleza (…) Nosotros sí creemos en la readaptación y no pensamos que la gente tenga más destino que ser eliminada. Si hay casos así de extremismo en violencia es porque hay trastornos que originan la droga y otros elementos. Pero el ser humano es bueno por naturaleza”.
Las exigencias de un golpe de timón son cada vez más estruendosas, mientras el mal llamado gobierno de la transformación hace agua, se hunde y cubre los oídos. Como bien afirmaron los obispos de México en el mensaje al pueblo de Dios por la muerte de los jesuitas, en este momento de la historia y de la actual administración, parece caer ese respeto por la dignidad humana y la sacralidad de la vida: “El crimen se ha extendido a todas partes trastocando la vida cotidiana de toda la sociedad…”
Sin embargo, en las más altas esferas, mientras el país convulsiona, hay una cúpula padeciendo delirios de grandeza, un quebrado líder que se compara con los próceres de la patria echando las culpas al pasado. Su luto no es suficiente. No lo guarda. Todo está montado para su complacencia. Mientras el pueblo llora a los muertos, aquel que dijo: «Se piensa que el pueblo es menor de edad, que el pueblo es tonto. Tonto es quien piensa que el pueblo es tonto… la gente se da cuenta de todo lo que está pasando» se burla de ese mismo pueblo ofendiéndolo con un abyecto partido de beisbol de mal gusto. Ya no es AMLO, es el presidente que está fuera de la realidad.

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