Los distintivos de los discípulos apóstoles de Jesucristo

En el acontecimiento de la Ascensión Jesús envió a los Once y con estas palabras marcó la misión de la Iglesia: “Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda creatura”. Sin embargo, desde los años de su predicación ya había manifestado su voluntad de anunciar el evangelio a todos los pueblos de la tierra, como lo confirma el envío de los 72 discípulos que meditamos este domingo.
Un número destacado de discípulos como este expresa plenitud, anticipa la misión de la Iglesia de llevar el evangelio a todos los rincones del mundo y se relaciona con la totalidad de las naciones de la tierra, como aparece en Génesis 10.
En este relato del envío de los 72 discípulos encontramos los criterios que deben animarnos y orientarnos como discípulos y misioneros del Señor. Lo primero y esencial es estar con Jesús, porque antes que a la misión Dios llama a la relación con Él.
Hemos visto el deseo de los discípulos y de todos los llamados para estar con Jesús. La primera inquietud del discípulo es estar con Jesús, conocer su palabra y no despegarse de Él. No importa que no tenga dónde reclinar la cabeza porque seguir a Jesús es la mayor motivación de su vida.
La relación íntima con Jesús, compartir la vida con Él, debe convertirse en la principal riqueza que se comparte en la misión. De esta forma, el discípulo dará a conocer más que nada su alegría de conocer a Jesús, por lo que su mensaje será más convincente y conmovedor para generar en los demás el interés y la apertura para conocerlo y tener un encuentro con Él.
En segundo lugar, no perdamos de vista que Jesús es quien nos envía. No vamos por nuestra propia cuenta, sino que somos enviados. La confianza que el Señor deposita en nosotros reafirma el entusiasmo para realizar este encargo, sabiendo que llevamos el Espíritu de Jesús.
Antes de las recomendaciones concretas para esta misión, aparece, en tercer lugar, un detalle conmovedor. San Lucas señala que Jesús los mandó de dos en dos a todos los pueblos y lugares a donde pensaba ir. Nos toca preparar el camino y anunciar el evangelio en los lugares donde Jesús pasará.
Esto que representa una esperanza para todos los hombres, el paso de Jesús en sus vidas, también motiva la misión de los discípulos porque Jesús se quiere hacer presente, quiere mostrar toda su gloria a los hombres como lo ha hecho con nosotros.


Cuánto deseamos que otros puedan ver y experimentar la gloria del Señor, que otros hermanos puedan ser rescatados y liberados de tantas ataduras, como Jesús lo ha hecho con nosotros. Por eso, el discípulo va con alegría y esperanza porque el Señor alcanzará esas vidas y completará y dará plenitud a la obra que comenzamos en su nombre.
En cuarto lugar, aparecen las recomendaciones concretas de Jesús a los discípulos, las cuales nos llevan una vez más a reconocernos enviados y a poner toda nuestra confianza en el poder de la palabra de Dios. Los frutos de la misión tenemos que explicarlos no por nuestras capacidades humanas ni por los medios materiales, muchas veces vistosos y sofisticados, sino por el poder de la gracia y de la palabra que se anida en los corazones y que en muchas ocasiones necesita tiempo para llegar a fructificar.
Delante del rechazo de la palabra y de las adversidades que también se experimentan en la misión tenemos que confiar en el poder de la palabra que hemos dejado en el corazón de los hombres, ya que es una palabra que nosotros no hemos inventado, sino que viene del cielo y no regresará al cielo sin antes haber dado el fruto esperado. Dios llama, en primer lugar, a la relación con Él. Por eso, al final los discípulos regresan efusivos a compartir al Señor todo lo que han vivido y a confirmar que efectivamente el Espíritu de Jesús los ha asistido cuando sometían a los demonios en su nombre.
El discipulado se hace así un seguimiento apasionado de la vida de Nuestro Señor Jesucristo que nos va llevando de sorpresa en sorpresa. Por eso, así como nos admiramos de la convicción de San Pablo, tenemos que aspirar a vivir de esta manera el discipulado, para llegar a decir: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo”.

  • Arzobispo de Xalapa

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