SABERES Y SABORES

Saltar de indignación

Lo que un hombre no puede enmendar en sí mismo, ni en los otros, debe aprender a soportarlo con paciencia; es decir, los defectos propios y ajenos. Buenamente hay que tolerar, entrar en el estudio para aprender a sufrir con paciencia cualquier defecto o flaqueza ajena, pues debes considerar que tú también tienes muchos defectos que otros toleran por ti.
Repetidas veces hemos sido amonestados una y otra vez; pretendemos que los otros sean castigados con rigor y, cuando alguien nos hace una observación para mejorar o crecer en nuestra persona, saltamos de indignación.
Creo que en muchos momentos de la vida queremos que los demás cumplan con las normas, pero cuando algo se nos prohíbe nosotros volvemos a “saltar de indignación”.
Si todos fuésemos perfectos, ¿por qué tendríamos que sufrir por los defectos de los demás? ¡Qué aburrido sería!, todo esto ha sido necesario para aprender a llevar recíprocamente nuestras cargas, porque ninguno de nosotros puede alardear que no tiene ningún defecto. Lo importante es consolarnos, tolerarnos, entendernos y ayudarnos unos a otros para ser mejores en las virtudes.
Ante una sociedad intolerante, agresiva e impaciente, se encuentra la paciencia. De ella se debe aprender cuando nos enfrentamos a las pruebas o dificultades, al soportar cada día los defectos de los demás con mansedumbre, es decir, con un trato suave y dócil que se manifieste en el trato hacia los demás, y si a esto le agregamos una pisca de amor, todo será “perfecto”.


Al tratar a los demás, no según sus defectos, sino de acuerdo con su dignidad como persona, hace una gran diferencia. ¡No te trato según tus faltas o errores! Te trato por lo que eres. No se debe confundir la paciencia con debilidad; al contrario, es un llamado para que la otra persona cambie, pues “más vale un hombre paciente que un héroe, un dueño de sí, que el conquistador de ciudades”.
El hombre que sabe que debe ser paciente coopera, participa en la reconstrucción del tejido social en el ambiente en donde se desenvuelve y, ante los amigos que pretenden irritarlo, lejos de ser implacable, será tolerante, porque está convencido de que la paciencia cotidiana revela su ser. Así, para vivir en armonía con uno mismo, con Dios y con los demás, se hace necesario soportar a los otros con caridad y con paciencia.
Con ello no pretendo dar a entender que se deba evitar la corrección, pues ésta es un elemento importante para ayudarnos y ayudar a los otros a mejorar.
Los defectos del hombre son múltiples y están representados en lo ordinario de las relaciones humanas. Se presentan y se oponen normalmente, en el trato cotidiano, como un acto consciente y deliberado, opuesto a los valores humanos y éticos.
Si privilegiáramos relaciones humanas positivas en todo nuestro quehacer, estoy convencido de que el resultado se reflejaría en una mayor empatía, cooperación y compromiso por el bienestar en todos, pues “las relaciones humanas pueden ser una gran fuente de disfrute, pero también de sufrimiento y malestar” (Berscheid, 1999).
Todos nacemos en un seno de relaciones sociales, vivimos en contacto con los demás y después de la muerte, decía un amigo, ahí les dejo mi reputación. Entre sonrisas y llanto se despedía de sus familiares y amigos en aquella habitación, sin embargo, lo curioso fue que el creador le dio la oportunidad de seguir viviendo y tuvo que aprender a convivir con los demás. Así, comprendió que lo que un hombre no puede enmendar en sí mismo, ni en los otros, debe aprender a soportarlo con paciencia.
¡Un abrazo para todos!

Berscheid, E. (1999). The Greening of Relationship Science. American Psychologist, 54, 260-266. http://dx.doi.org/10.1037/0003–066X.54.4.260

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