De memoria

Periodismo y publicidad…

Cuando finalmente vi la rendija por la que me colaría al oficio de informador, sin tener estudios de periodismo, tras muchas deliberaciones llegué a la conclusión que la publicidad sería un buen comienzo.
No pensaba, ni mucho menos, que ese fuese mi destino. Tenía muy claramente decidida mi vocación de escritor y reportero. Sin derivaciones ridículas como comunicador, comunicólogo o zarandajas parecidas, tan modernas y tan despectivas con la profesión madre.
Sin mayor contacto con el mundo del diarismo, se me ocurrió una idea que me pareció genial y que con el tiempo la sentí acertada: compre varias obras de Vance Packard en las que encontré guía para mis sueños.
En algunos capítulos, pocos, me escandalicé por la práctica de la publicidad a la que descubrí dos virtudes: conocer, estudiar y profundizar en los gustos y preferencias populares y cómo interesar a la gente por un producto, una idea.
Supongo que los puristas y los teólogos de la información encontraran muy simplista mi aseveración, pero verán ustedes, el director de la publicación en la que comencé formalmente era un sabio, con una cultura avasallante, un gramático contumaz y un ser con una visión de los reportajes, que superaba la acumulación de datos.
Pero ese admirable hombre tenia una perversidad enfermiza. Y yo era cliente predilecto, porque de secretario particular Don Dueño me nombró reportero.
Y el enfermizo sujeto no lo soportaba y me hacía la vida de cuadritos. Fue una lucha entre el verdugo y la víctima que mostró mas solidez moral y mayor aguante.
Un día maquiaveló apropiarse de la publicación; para lo cual formó una asociación de colaboradores. Dos veces celebramos elecciones, alguien me postuló, en la primera gané por un voto, en la segunda ya eran dos votos más a mi favor.
Hizo berrinche, saqueó los textos y fotos para el siguiente número y bueno, sin hacerlo así, terminé corriéndolo.
A esta seguimos una etapa persiguiendo movimientos armados en Guatemala, Colombia y Venezuela, principalmente. Hasta que los Diazordazasos propiciaron el cambio de directo4, y nacimiento de una publicación radical.
Luego decidió Don Dueño hacerse cargo de la dirección; hombre muy pegado al mundo de la farándula, progresivamente, imagino que sin darse cuenta, la fue cambiando hasta que el populacho, que la había apoyado siempre, terminó por burlarse de la publicación que se convirtió primera en Sinsesos para bobos y luego en un vuelco mas radical, SusSexos para Todos. Murió al poco tiempo.


Lo peor, en mi primer trabajo, impresiones de un empleado bancario, y siguiendo casi en forma intuitiva lo que decía Packard en sus obras, logré tres o cuatro reportajes que levantaron ámpula.
Sin fantasear ni imaginar, fui colocando los relatos de lo que ví y experimenté en calidad de gato bancario en dos instituciones.
No existían las redes ni tampoco los celulares, una familia poseedora de un teléfono era afortunada. Pero más lo era la empresa que cobraba tarifas diferenciadas entre hogar y comercio.
Cobraba por el número de llamadas, el tiempo de uso, las largas distancias. No contaba el incipiente periodista con más respaldos que los propios, camión urbano para perseguir la información, biblioteca pública para conseguir ciertos datos y la hemeroteca, en Palacio Nacional, para localizar datos de contexto.
Cada reportaje publicado era producto de un esfuerzo laboral artesano, con ribetes de grandes descubrimientos porque a pesar de su sevicia, el director era un hombre con una perspectiva muy adelantada. Indudablemente un maestro insuperable.
Los textos del empleado bancario pasaron por las manos del jerarca sin más lesiones de las relativas a los plumazos de colores corrigiendo tal o cual frase o palabra.
Una vez en sus garras la situación fue diferente. Primero debió tragarse el pan acimo de mis reportajes y luego, soportar el aluvión de mensajes comentándolos.
Comencé a recibir órdenes de trabajo y a proponer temas. Todo lo aceptaba y lo recibía, luego seleccionaba el material con mas tasajeadas y con enormes letras a colores le colocaba algún comentario; Ferreyra, es usted un facista, o nazi.
También: reescriba este párrafo que solo entiende alguien con su inteligencia. Héctor Anaya me miraba y buen amigo ocasionalmente me auxiliaba, mientras Carlos Monsivais me sugería que lo mandara a chupar a su mango, pero aceptó mis razones.
Justo decirlo, entre los textos de Packard y las insolencias, majaderías y ofensas del director, hubo un momento en el que sentí que lo había logrado.
Me supe reportero y bueno, en mi más íntimo rincón, agradecí las leperadas y exhibiciones públicas de mis incapacidades primigenias. Mis textos ocupaban siempre un lugar notorio en la pizarra a la entrada de la redacción.
Seguramente era el escribidor más conocido por los que visitaban la publicación aunque, como dicen, nunca por las mejores razones…

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