La ternura que invita al cuidado y a la vigilancia

Aunque nos toca sentir la dificultad para avanzar en la vida cristiana, también somos testigos de que, sin pedirlo mucho y sin trabajarlo tanto, llegan momentos de iluminación a nuestra vida. Puede ser que a veces no hayamos trabajado lo suficiente para recibir esa luz y esa motivación, por lo que caemos en la cuenta de que se trata de la gracia que Dios concede.
La palabra de Dios tiene los contenidos y los tonos que llegan de manera oportuna a nuestra vida, sobre todo para animarnos e infundirnos esperanza. Cuánto se necesita un acercamiento de parte de Dios como el que aparece en el santo evangelio: hablando al corazón, expresándose con ternura y haciéndonos sentir parte suya. “No temas rebañito mío…” Si en otros momentos hemos reconocido la sabiduría de Dios y la autoridad de su palabra, con esta expresión reconocemos su paternidad, ternura y misericordia. Son palabras que nos congregan, que nos levantan de nuestros desánimos y que nos hacen sentirnos muy amados. Dios sabe cuándo y cómo necesitamos estas palabras, por lo que hoy las acogemos con confianza y gratitud.
Ciertamente hay muchas cosas que nos preocupan y provocan que perdamos la paz. Pero el Señor se dirige con cariño y solicitud para hacernos sentir parte de su corazón.
¡Nos llama rebañito mío, pertenecemos a Dios, estamos en sus manos! Eso siempre lo debemos tener presente, sobre todo cuando las dificultades y los desafíos que enfrentamos quieran arrancarnos de su presencia y afectar una vida de fe.
Sin embargo, al confirmarnos su amor y atraernos a su corazón, el Señor también nos pide que nos mantengamos vigilantes. En primer lugar, nos habla al corazón y, en segundo lugar, nos pide que no nos confiemos ni seamos ingenuos ante los ataques del enemigo, sino que nos mantengamos despiertos y vigilantes.


No podemos relajarnos cuando la experiencia del amor de Dios ha llegado a nuestra vida, ni interpretar con ello que las cosas se facilitarán. También en la vida cristiana uno puede
descuidarse, haciéndonos de esta forma, vulnerables a los ataques del enemigo.
Hay que cuidar la vida de fe, alimentarla, tener una actitud vigilante. La cultura predominante y el ambiente relativista que hay en nuestra sociedad afectan cotidianamente la vida de fe, por lo que debemos estar vigilantes para cuidar el don que con mucho amor Dios ha depositado en nuestros corazones.
Por eso, aunque hayamos recibido la luz y la motivación de la palabra, aunque hayamos tenido una experiencia del amor de Dios, debemos asumir esta actitud de correspondencia activa para no solo cuidar, sino hacer crecer el don de la fe.
La vigilancia es propia del amor; lo que nos interesa lo cuidamos tanto, como la fe y el amor en la familia. Se vigila también porque somos conscientes de la realidad que enfrentamos.
No podemos perder de vista que vivimos en medio de realidades hostiles a la fe cristiana. No es únicamente el hecho que se ha impuesto una cultura contraria a los valores cristianos, sino que con toda la intención se combate el estilo de vida cristiano. Hay que reconocer este desafío y el poder de seducción de las nuevas tendencias
culturales para no exponer nuestra fe y para que no vivamos desprevenidos.
La fe es un tesoro que hay que cuidar celosamente. En efecto, la carta a los Hebreros nos ofrece una bellísima definición de la fe: “La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera, y de conocer las realidades que no se ven”.
Esta es la visión que nos da la fe, este es el potencial que desarrollamos con la fe. Por eso, una persona de fe puede reconocer la presencia de Dios en medio de las dificultades presentes y nada le impide vislumbrar la meta de nuestras esperanzas y el cumplimiento de las promesas de Dios. Por el don de la fe, el creyente está convencido que Dios vino, viene y vendrá. Por lo que nos toca esperar, acoger y vigilar.
Por lo tanto, hay que vigilar: para tener la mirada puesta en los bienes de arriba; para no dejarse seducir por los atractivos de esta vida terrena; para tener conciencia de que somos peregrinos en este mundo y aspiramos a la patria eterna; y para salir al encuentro del Señor que vino, que viene constantemente a nuestra vida y que vendrá lleno de gloria al final de los tiempos.
*Arzobispo de Xalapa

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