Sin Semana Santa no podemos vivir

La agitación de los ramos en la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén contrasta mucho con la solemne lectura de la Pasión del Señor, donde se nos presenta el desenlace trágico de su vida. Esa gente que lo recibió con alegría, que lo aclamó y que tendió sus mantos para que pasara, es la misma que, inexplicablemente, días después, pedirá su crucifixión.
Este día, por tanto, hay triunfo junto con nubes de traición y de muerte; procesión festiva de ramos y a la vez relato de la Pasión del Señor con la subida al Calvario; ramos de alabanza y de aclamación, junto con la ejecución en la cruz.
En fin, gozo y tristeza, aclamación y acusación, alabanza y condenación, vida y muerte. Y quizás, con todo lo que tiene de contradictorio, este domingo de ramos es expresión muy clara de lo que es nuestra vida: toda ella hecha de contrastes, contradicciones e incoherencias.
Nuestra vida prácticamente va oscilando entre ¡Hosannas! y ¡Crucifícalo! La marca del domingo de ramos está presente en nuestra existencia, porque al mismo Señor que aclamamos internamente, lo crucificamos con nuestros actos y lo expulsamos de nuestra vida, en la medida que lo desconocemos y despreciamos en nuestro prójimo.
Tendemos a encumbrar a un Dios personal que tranquilice nuestra conciencia, que asegure la suerte, que aleje los peligros y fracasos, pero se crucifica al verdadero Dios cuando no se construye la vida y la sociedad a través de los valores humanos, cuando pisoteamos la dignidad de los demás, cuando vivimos en la mentira, cuando somos violentos, cuando abusamos de nuestras posiciones sociales, cuando permitimos un sistema de corrupción.
En efecto, somos personas de contrastes: esta es la radiografía que el domingo de ramos presenta del hombre mismo. Nuestra religión a veces nos alcanza sólo para actos privados, pero no nos da para construir una vida y una sociedad basadas en la bondad, la paz, la justicia y la fraternidad. Aunque no seamos muy religiosos nos acordamos un poco de Dios esta semana, quizá más que nada el viernes santo, pero en algunos casos sigue siendo un recuerdo sentimental que no transforma el corazón ni empuja para renunciar al mal y combatirlo, a fin de dejar de crucificar a los hermanos que tenemos cerca de nosotros.


“Hosanna al Hijo de David”: esta es la aclamación en la entrada de Jesús a Jerusalén. Pero, pocos días más tarde, como celebraremos el jueves y viernes santo, aquellas mismas personas iban a condenarle a muerte y a gritar de manera insospechada: “¡Crucifícale!”.
Esta contradicción que señala la palabra va más allá del domingo de ramos, como se puede ver en algunos señalamientos de Jesús. En el contexto de la Última Cena dijo estas palabras: “Uno que está comiendo conmigo me va a traicionar”. La condición humana ofrece en ocasiones ese lado gris, la parte ruin de nuestro ser. Vivimos al lado de gentes que consideramos amigas y un buen día nos traicionan, o las traicionamos nosotros, por un puesto, por dinero, por un premio, por un ascenso.
Jesús, que conocía bien la situación de los apóstoles, también llegó a decirle a Pedro: “Esta noche me habrás negado tres veces”. Se refleja, pues, una situación en la que el hombre no siempre puede ser fiel a sí mismo.
La sociedad tiene muchos métodos para que el hombre le dé la espalda a sus convicciones más profundas y estos métodos los encontramos en la publicidad, la propaganda, el ambiente mediático, el pensamiento de moda, el miedo y la ideología.
Una sociedad así es capaz de hacer ver blanco lo que es negro, de obligar a decir sí donde habría que decir no, de llevarnos a renegar de nuestra propia historia, de condicionarnos para romper los vínculos religiosos, sociales y familiares y de orillar al hombre a aborrecer a Dios cuando se interpreta que limita las libertades.
Esta semana estamos llamados a esforzarnos para superar nuestras contradicciones e incoherencias. Nos respalda el tiempo de preparación que hemos tenido donde hemos visto y sentido el amor de Dios que, en este triduo pascual, se manifiesta al extremo.
La fidelidad y la perseverancia, en medio de las tribulaciones, será posible si nos acercamos a María, si aprendemos de Ella para mantenernos fieles y dignos junto a la cruz de nuestro Salvador.
Así como los primeros cristianos decían: “sin el domingo no podemos vivir” (sine dominico non possumus), también nosotros al terminar este tiempo cuaresmal decimos convencidos: sin la pascua no podemos vivir, sin la semana santa no podemos vivir, sin esas celebraciones de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Los abrazo con todo mi cariño y les deseo ¡Felices pascuas de resurrección!

  • Wong Arzobispo de Xalapa

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