Juan Pablo II, ¿realmente santo?

Gran revuelo ha causado el informe preparado por el Vaticano del degradado cardenal McCarrik, en el que ha salido a la luz como un hombre profundamente inmoral y corrupto hizo una carrera impresionante, llegando a ser arzobispo de Washington y cardenal, encubierto por encumbrados eclesiásticos que seguramente fueron sobornados por un personaje astuto, eficaz, y con un perfil claramente narcisista y sicópata.

El informe ha provocado que emerjan ataques desproporcionados e injustos, como el del New York Times que afirmó que el papa Juan Pablo II fue canonizado precipitadamente, o el National Catholic Reporter que se atrevió a pedir la supresión de su culto en los Estados Unidos. La acusación es que, teniendo información de la conducta inmoral de MacCarrick, lo promovió a la sede de Washington y lo hizo cardenal.

Se pierde de vista que gobernar una Iglesia que cuenta con más 1300 millones de fieles, 5000 obispos, 450 mil sacerdotes y 670 mil religiosas es una labor titánica. El Papa como todo gobernante puede ser al mismo tiempo la persona mejor informada o la más desinformada, tiene que fiarse de sus colaboradores, y no siempre éstos corresponden a la confianza puesta en ellos.

El Papa era un santo, no hay duda de ello, pero no era clarividente ni adivino como para saber las fechorías de MacCarrick y encubrirlas.

Por otra parte, la santidad no se evalúa por los actos de gobierno, pues humano, como es el pontífice, pudo, y sin duda cometió errores; la santidad se corrobora por la vivencia de las virtudes cristianas, especialmente la fe, la esperanza y la caridad, y en esta vivencia, Juan Pablo II se sigue mostrando como un gigante, un hombre místico, por ello en sus funerales surgió espontaneo el clamor de la multitud: “santo súbito” “santo ya”, razón por la que el cardenal Tomko tomó la iniciativa de recoger las firmas de los cardenales que querían pedir la dispensa de esperar cinco años para iniciar su proceso de canonización: firmaron más de ochenta, se entregó a Benedicto XVI y estuvo de acuerdo.

Resulta curioso que medios de comunicación como el New York Times, y sus editores que no tienen ni la más mínima idea de lo que es la santidad cristiana se conviertan en sus jueces, o medios que se dicen católicos y que siempre fueron contrarios al Papa, y que seguramente sus dirigentes nunca le han tenido veneración exijan que se retire su culto.

Lo cierto es que Juan Pablo II, su testimonio, su legado, su impronta en la Iglesia y en el mundo está más allá de la mediocridad y mezquindad de sus críticos, es un gigante de la Iglesia que algún día lo veremos reconocido como Juan Pablo II Magno, es decir, el Grande, porque grande fue su amor a Cristo y a la Iglesia, grande fue su magisterio y testimonio de fe, que sigue inspirando a millones de creyentes y no creyentes en el mundo.

Con información de Contra Replica/P. Hugo Valdemar

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