El privilegio de la ancianidad

Los adultos mayores, muchas veces, son considerados inútiles injustamente y vistos como una carga insoportable.
Para mí el anciano es símbolo de sabiduría, de respeto; es testigo de la historia, maestro de la vida y quien obra con prudencia y amor.
El oficio del anciano es proveer y proteger a la familia mediante su palabra y sus consejos, ya que guarda un baraje por la experiencia de los años vividos, así como el ejemplo piadoso de su proceder.
La vida de los ancianos ayuda a captar la escala de los valores humanos, además de enseñar a continuidad de las generaciones para que estas no pierdan el rumbo. Cabe aclarar que en la mayoría de los países el número de personas ancianas se ha incrementado; los ancianos tenemos que asumir la realidad, superando la tentación de refugiarnos nostálgicamente en un pasado que no volverá jamás, comprometiéndonos con el presente en medio de las dificultades halladas en un mundo de continuas novedades y, por otra parte, tomando consciencia cada vez más clara del papel que el anciano tiene en la sociedad.
Todavía en la vejez darán fruto, como el árbol generoso, por lo recto que se puede ser.


La entrada a la tercera edad ha de considerarse un privilegio y no solo porque no todos tienen la suerte de alcanzarla, sino para ser un ejemplo de vida, no obstante, por la complejidad de los problemas que se deben de resolver, el progresivo debilitamiento de las fuerzas y las dificultades en el orden de salud, nos enfrentamos a una sociedad egoísta que, por momentos, no tiene la paciencia ni la inteligencia para aprovechar al máximo al anciano que tiene mucho que dar.
Los ancianos debemos ser sujetos activos y espiritualmente fecundos; todavía tenemos una misión que cumplir, una ayuda para dar, un consejo que transmitir y un abrazo por compartir.
Algunos ancianos dependen de curas indispensables y de la atención de terceros, ¿los abandonaremos a su destino?
Una sociedad sin gratitud va a la ruina, es una sociedad perversa, pues en algunos casos no tolera estas degeneraciones, “donde no se honra a los ancianos no hay futuro para los jóvenes”, y qué decir de los niños, la idea central es decirles que un anciano no es un extraño, es una persona con años encima, con dignidad y una misión en este mundo que cumplir hasta la llegada de su último suspiro.
La medicina ha aumentado la esperanza de vida, pero a medida que esta va avanzando, con el tiempo también aumentan las enfermedades crónicas y las discapacidades que precisan de ayuda y cuidados.
La excelencia en la calidad de vida de los mayores ha de ser en la alimentación, el ejercicio como caminar, correr, o hacer algún deporte, incluso bailar o asistir al gimnasio, entre otras actividades físicas, además de actividades intelectuales como leer o escribir, incluso dormir un mínimo de ocho horas, además de todas aquellas que se deseen y, según su estado físico, se puedan realizar. Es importante llevar una vida espiritual activa, rodearse de personas positivas y asumir sus propias responsabilidades.
Cuando llevaba a mis hijos a jugar futbol americano, la porra de los papás gritábamos en el último cuarto ¡ánimo, esto no se acaba hasta que se acaba!
Vivir con intensidad nuestra ancianidad es dignidad.

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