Idolátricos en el poder, la hipocresía del Estado laico

Facebook
Twitter
WhatsApp
Telegram
Email

La “tradición” constitucional mexicana se ha enorgullecido de la República laica; esas referencias han sido citadas por el obispo de Apatzingán, Cristóbal Ascencio García, y resuenan como un llamado urgente a la reflexión.
Durante su homilía, el pasado 14 de septiembre de 2025, el prelado denunció las prácticas «idolátricas» de las más altas autoridades del país al asumir sus cargos, refiriéndose a las ceremonias indígenas que involucraron limpias, purificaciones y la entrega de bastones de mando a la presidenta de la República y, más recientemente, a los nuevos ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) en septiembre de 2025.
Estas “ceremonias”, presentadas como homenajes culturales, representan una clara vulneración al principio de separación entre Estado y religión, al tiempo que ofenden la fe cristiana mayoritaria del pueblo mexicano y el profundo sentido guadalupano que define nuestra identidad nacional. Recordemos los hechos.
El 1 de octubre de 2024, durante la toma de posesión de Claudia Sheinbaum, representantes de 70 pueblos indígenas y afromexicanos realizaron un ritual de purificación y le entregaron el bastón de mando, un símbolo que implica una especie de “bendición” de los pueblos. Este acto incorporó elementos espirituales que van más allá de lo simbólico, incluyendo invocaciones a deidades prehispánicas y prácticas de limpia paganas.
Algunos líderes cristianos, tanto católicos como evangélicos, expresaron su inquietud ante lo que perciben como un ritual ajeno a la tradición cristiana, argumentando que cruza la línea hacia la idolatría; lejos del folclor, estos elementos introducen una dimensión religiosa en un acto oficial del Estado, contraviniendo el artículo 40 de la Constitución que afirma a México como una República laica.


Más alarmante aún es la repetición de este patrón en el poder judicial. El 1 de septiembre de 2025, tras la controvertida reforma judicial que permitió la elección popular por acordeones de impartidores de justicia, los nuevos ministros de la SCJN participaron en una ceremonia similar: una purificación tradicional a cargo de médicos indígenas y la entrega de bastones de mando. El evento, transmitido públicamente, incluyó referencias a figuras como Quetzalcóatl y otros elementos ancestrales, lo que ha generado críticas por encomendar la justicia nacional a entidades mitológicas.
Si el Estado laico prohíbe la intromisión de la Iglesia católica en asuntos públicos —como se ha invocado repetidamente para limitar la influencia religiosa en la política—, ¿Por qué permitir rituales indígenas con connotaciones pseudodivinas en actos públicos? Esta doble moral no solo erosiona la neutralidad estatal, sino que privilegia ciertas expresiones espirituales por encima de otras, violando el principio de igualdad ante la ley.
El obispo Ascencio García lo expresa con claridad: «Eso es idolatría, adorar a falsos dioses, a un dios hecho a mi manera». Sus palabras no son un ataque a la diversidad cultural, sino una defensa de la auténtica fe del pueblo mexicano, mayoritariamente cristiano.


México no es solo un mosaico de tradiciones indígenas; es una nación forjada en el sincretismo guadalupano donde la Virgen de Guadalupe representa la unión entre lo indígena y lo cristiano, pero siempre bajo el manto de la fe en el Dios único.
Imponer ceremonias que invocan deidades prehispánicas en actos oficiales no solo confunde a los fieles, como advierte el obispo, sino que marginaliza la herencia católica que ha moldeado nuestra historia. En un país donde más del 80% de la población se identifica como cristiana, estas prácticas paganas alienan a la mayoría y socavan el «sentido guadalupano» que une a los mexicanos en momentos de crisis.
No se trata de rechazar el patrimonio indígena, sino de cuestionar la “conveniente” instrumentalización para fines políticos. Programas de bienestar o reformas judiciales no justifican la confusión espiritual que menciona el obispo. Al contrario, un verdadero Estado laico debe mantenerse ajeno a cualquier forma de ritual religioso, sea cristiano, indígena o de cualquier otra índole.
En esta hora de demagogia y de autoritarismo populista, es que las autoridades respeten la laicidad consagrada en nuestra Constitución y reconozcan la fe cristiana como pilar de la cultura mexicana. México es laico, su pueblo es guadalupano y cristiano. Ignorar esto no solo es una afrenta al Estado de derecho, es una demostración hipócrita que usa a los pueblos indígenas para legtimar el poder y es un riesgo muy peligroso para la cohesión social en tiempos de gran odio y polarización.