Relatos dominicales | Identidad oculta

La verdad es que yo siempre tuve mis sospechas, pero nunca le dije nada. Fuimos compañeros en la preparatoria y después en la universidad. Él nunca se atrevió a decirme nada y yo, por supuesto, que jamás le cuestioné. Desde muy joven aprendí que el respeto absoluto al otro es clave de la sana convivencia. Por eso, cuando ya casi al final de nuestras carreras me confesó que era novio de Ana María y que se casarían muy pronto, la noticia me sorprendió muchísimo.

Ana María era la más guapa del salón y más de uno se había enamorado de ella y había intentado conquistarla. Hermosa, hermosa, hasta la pared de enfrente, como suelen decir. Pies pequeños, piernas largas, risueña, ojos aceituna, labios carnosos, cuerpo escultural, muy inteligente y perspicaz, con una amplísima cabellera, muchos la comparaban con la actriz estadounidense Angelina Jolie, quien ya era una celebridad.

La boda, un año y medio después de que salimos de las aulas universitarias, fue espectacular. Me sorprendió el glamour y la elegancia. Ana María lució ese día un vestido que sus padres mandaron a traer a Italia —luego supe que era de la firma Valentino—, blanco, de seda, con una cola larguísima que fue cargada por un par de sobrinas que parecían salidas de un cuento de hadas.

El banquete, de lo mejor, para chuparse los dedos. Incluyó una ensalada cesar con brocheta de camarones; crema de ostiones —perfumada al chablis—, una cola de langosta con salsa de ajo macho, acompañada con arroz azafranado y vegetales asados o un filete de pescado relleno con queso y espinaca con salsa de pimienta verde y queso crema. El vino fue un Laforet Chardonnay, blanco, afrutado, aromático ¡sin límite de copas!

Los amigos que lo acompañamos nos la pasamos muy a gusto esa noche. Pasaron muchos años hasta que un día me lo encontré y tomamos café para recordar viejos tiempos. Ese día, serio, me dijo: amigo, soy gay y estoy seguro que tú siempre lo supiste. Me casé con Ana María porque quise huir de esta condición que me ha perseguido siempre. He podido llevar una doble vida, sin que ella se dé cuenta. Tenemos incluso una hija que ya tiene 10 años. Tengo una vida normal, estable, pero tengo que escaparme, para ser feliz.

Me quedé callado. No me estaba pidiendo opinión, simplemente me estaba contando. Así, siguió: ahora tengo un problema mayor, me quedé sin trabajo y mis reservas se están agotando. Estoy pensando dedicarme a la prostitución. ¿Tú qué opinas? Hombre, le dije, ¿crees que esa sea la solución? Permíteme hacer algunas llamadas y buscar a los amigos, para ayudarte. No, me contestó, esto urge y ya estoy decidido que la prostitución es la única solución.

Ya no le dije nada. Lo vi decidido. Estaba seguro que lo que realmente quería era salir del clóset, hacer visible esa vida interior que le oprimía y que había intentando ocultar en el matrimonio. ¿Y Ana María?, le pregunté. Está bien y le tengo que solucionar este problema. Pero me refiero a si se entera de tu nueva vida profesional. No, no, no se enterará, me contestó.

Ya no le dije nada más. Cambiamos de tema, nos terminamos el café y nos despedimos con el abrazo y el afecto de siempre. Él ya había tomado la decisión de mantener oculta su identidad y seguir así con su vida. Le ha ido bien.

IMAGEN:
Un hombre solicita sexo de un joven por unas monedas, según esta figura griega del siglo v a. C. Fuente Wikipedia.

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