Tepetototl

A dónde vas Xoloitzcuintle

Fluye el agua revuelta en un río inmenso. Demasiado negras están, exageradamente sucio por el lodo y mientras corren cosas raras que provocan fuertes olores a putrefacción. El lugar es irreconocible. Todo es oscuridad, y ahí se encuentra el Xoloitzcuintle con varios de sus hermanos. Están solos, sin presencia humana y dialogan entre sí en el idioma canino. No hay reloj para que les marque el tiempo que están en aquellas riberas del río. No hay sol para que los ilumine, no hay luna y mucho menos estrellas.

La niebla cae alrededor de los perritos y aparecen diferentes figuras humanas que se acercan a ellos. Uno a uno de sus hermanos de Xolo los va identificando. Algunos son niños, mujeres y hombres de distintas edades. Se ven fatigados, cansados y desconcertados. Los niños corren abrazarlos, demostrando mucha familiaridad con los hermanos del Xoloitzcuintle. Uno que otro adulto siente que ve un fantasma y a la vez, se le vienen a la memoria diversas vivencias con quienes fueron parte de su familia. Una señora ve a un perrito y le llama por su nombre. Él pequeño animal responde, moviendo su cola y él se le acerca, ladrándole con tanta emoción.

El fuerte golpe de unas piedras entre las aguas se escucha y se estremecen todos. ¡Y de momento, pasan en una especie de lancha dos seres extraños! Con sus manos esqueléticas les hacen la señal para que pasen al otro lado del río. La mayoría de las personas no saben nadar, le tienen temor a esas aguas porque pueden ser ácidas y al tocarlas simplemente desaparecerían. Los perros blancos no pueden pasar, los perros negros si pero en el transcurso de su camino se hunden y los perros de otro color tienen la oportunidad de pasar al otro lado del río.

A los niños, cada perrito les pide subirse a su lomo como si fueran caballos en miniatura. Al tratar de montarlos, los caninos crecen y se ven más fuerte. Cada pequeño se abraza a su ser querido. Las aguas se calman y van pasando uno a uno al otro lado del río. La señora que vio a su pequeño hace lo mismo y su querido perrito la pasa también. Así va sucediendo y van pasando uno a uno. A los perros negros se le suben quienes fueron de su familia pero no alcanzan a pasar y al hundirse, se los traga y se pierden para siempre en las profundidades de ese río. Las personas que quedan les indican a sus animalitos que los pasen. Los hermanos de Xolo se niegan rotundamente. Les ladran y se le avientan agresivamente a cada uno. Entre su desesperación se avientan a las aguas, las personas y ahí mismo desaparecen. Pero los perritos se quedan ahí y siguen dialogando durante el no tiempo que no transcurre allá por un lugar que se hace llamar, el Tlalocan.

¿A dónde vas Xoloitzcuintle? ¿A dónde vas querido hermano? Voy al Mictlán, aquel lugar a dónde un día recogimos los huesos que te dieron origen como ser humano. Voy al Mictlán, aquel lugar donde residen los abuelos sagrados y las nanas sagradas. Voy al Omeyocan, donde encontrarás la luz del dador de la vida, el cual te envío a habitar aquella que conociste como planeta tierra. ¡Ometeotl! ¡Ometeotl!

(*) Escritor de un rincón del Totonacapan, donde reside el Tlalocan de los aún vivos.
Correo: venandiz@hotmail.com
Twitter: @tepetototl

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