La experiencia del dolor humano

El 11 de febrero de cada año, desde 1992, la Iglesia católica celebra la JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO, entre otras cosas porque ese mismo día celebramos la memoria litúrgica de Nuestra Señora de Lourdes.

El santuario de Lourdes en Francia, es un lugar de peregrinación especialmente de muchas personas que padecen alguna enfermedad, en ese mismo lugar han sucedido muchos milagros de sanación.

Sufrimos una crisis sanitaria sin precedentes que amenaza la vida de todas las personas. Cuando estamos enfermos, señala Francisco, “la incertidumbre, el temor y a veces la consternación, se apoderan de la mente y del corazón; nos encontramos en una situación de impotencia, porque nuestra salud no depende de nuestras capacidades o de que nos “angustiemos” (cf. Mt 6,27).

En nuestras oraciones tenemos presente continuamente a todos los enfermos y a sus familiares, así como a los agentes sanitarios y personas que los cuidan. Esperamos con fe que pronto podamos superar esta noche obscura.

Como dice el Libro de Job, la vida humana no está exenta de dificultades, de desilusiones y de dolores. Ciertamente estas experiencias amargas no son exclusivas de nadie, más bien todos los podemos enfrentar de una u otra manera, son por así decirlo una experiencia común.

La experiencia del dolor es propia del ser humano y nadie escapa de sus efectos. Negarlo sería ingenuo.

Muchas veces no se comprende que una persona tenga que sufrir. Por eso a veces surge la rebelión interior, se cuestiona a Dios sobre el porqué del sufrimiento humano y se le exige una explicación. No se alcanza a comprender tan fácilmente que el sufrimiento humano entre también en los proyectos divinos.

La respuesta de Dios al sufrimiento humano es el mismo Jesús. Jesucristo asumió la condición humana no obstante todas sus fragilidades, él se hizo semejante a nosotros en todo, menos en el pecado.

Él, no sólo asumió la fragilidad humana sino que se acercó también a quien sufría, se solidarizó con los pobres, los enfermos y los excluidos; él los liberaba frecuentemente de los males que los aquejaban como nos dice el evangelista San Marcos: “Curó a muchos que estaban afligidos por diversos males y expulsó a los demonios” (Mc 1, 34).

Es importante reconocer que, no obstante que el Hijo de Dios alivió a muchos enfermos, él no eliminó el sufrimiento de la faz de la tierra, sino que con su encarnación, él lo asume en su propia persona y lo vive hasta sus últimas consecuencias. A través de su sufrimiento en la cruz, él siendo inocente, llevó a cabo la obra de la redención humana. De este modo, el sufrimiento y el dolor humanos, adquirieron con Jesús un nuevo sentido: el dolor humano se convirtió en causa de nuestra salvación.

Jesús pudo haber eliminado cualquier tipo de sufrimiento de la faz de la tierra; nos pudo haber ahorrado el dolor y la muerte. Sólo que Dios no envió a su Hijo para hacer de la tierra nuestro paraíso o nuestro destino; sino para revelarnos que esta vida nos prepara para otra que es la plenitud; Cristo vino a develarnos que la verdadera vida, es la vida eterna y que desde aquí podemos prepararnos y podemos alcanzarla.

El sufrimiento existe y puede existir en la vida de cualquiera de nosotros. Su presencia nos revela nuestra caducidad; la Sagrada Escritura nos revela además que unidos a Cristo, el sufrimiento y el dolor humanos, se convierten en causa de nuestra salvación.

Esta transformación del sentido del dolor humano y del sufrimiento nos lo ofrece la fe en Jesús. De ahí lo que dice el Evangelio.

“Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraran descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mt 11, 28-30).

Por todo esto, seguimos afirmando que el cultivo y la alimentación de nuestra fe es fundamental para nosotros los creyentes para poder enfrentar las diversas enfermedades y el sufrimiento que les acompañan.

  • Vocero de la Arquidiócesis de Xalapa.

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